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home Opinión José María Vieytes

La riqueza y la pobreza

· Firmado por ·
29 de febrero de 2016
/tiempo de lectura: 4 minutos/
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Vista y sometida a un breve análisis porque en realidad se necesitaría más espacio, pero ya en el Paraíso y desde el inicio de la Creación, comenzó a usarse el concepto del dualismo, el antagonismo y los contrasentidos: el bien y el mal, el trabajo y el descanso, la salud y la enfermedad. Y así podríamos continuar hasta llegar a la existencia de la propia vida e irremisiblemente a su oponente: la muerte.

Siguiendo con el símil de la terminología dual, aun acortándola en su manifestación o reduciéndola a su mínima expresión, sigue latente no obstante su concepto opuesto: alto-bajo, claro-oscuro, rico-pobre y así sucesivamente.

Y si nos fijamos en el título -la riqueza y la pobreza- merece ser tratada detenida aunque brevemente, necesitando quizá más espacio por cuanto su comportamiento significa en cualquier lugar de este inefable mundo. Mundo que desde el principio de los tiempos venimos sosteniendo a tal punto, que sus efectos e inhibiciones tal vez sean las causas de tantos desajustes e infortunios.

Por otra parte, creo que el nepotismo y los sistemas empleados no han sido los más adecuados. Y las sucesivas civilizaciones han ayudado a contemplar más que a resolver con visión futurista, humana y general, una homogénea y más justa distribución de la riqueza; porque resulta insólito y no cabe decir: un mundo rico y otro pobre.

 

Es lo que denuncia el cantante de color, Basilio, en su canción -Cisne cuello negro, cisne cuello blanco- «en el mundo no hay un campo negro o un campo blanco, sólo hay un campo inmenso que hay que sembrarlo». O Serrat en -Cada loco con su tema- «prefiero las ventanas a las ventanillas y los caminos a las fronteras». O qué opinar del jugador de fútbol, E’too que decía: «voy a correr como un negro para vivir como un blanco». Tristes y penosas afirmaciones que nos plantean analizar sus propias conclusiones.

Ignacio de Larrañaga en su magnífico libro El hermano de Asís (que recomiendo leer, del cual cito algunos párrafos); dice que el hombre por inclinación y gusto, busca siempre cosas placenteras en donde involucrarse. Esto es lo normal porque es conducido en todo por el código del placer; placer de un género o de otro. Nadie va por gusto a los pordioseros y leprosos, ni por ideas, ni por ideales.

Para frecuentar y asumir cosas desagradables, el hombre necesita motivaciones elevadas y estar enamorado de -alguien- lo cual, trueca lo desagradable en agradable, porque que es la mayor dulcedumbre del alma y del cuerpo humano.

Solamente los que reciben saben dar. Y para dar y amar más y mejor, seguramente hay que ser pobre; porque la pobreza transforma este mundo de intereses. Un mundo convertido en un gran hogar en el que unos dan y otros reciben, si bien los que dan son los que más reciben y los apeados de él; los que menos y además pasan olímpicamente desapercibidos.

Es triste que en pleno siglo XXI, existan aún tantas diferencias y tantos desequilibrios: abundancias masivas en unas zonas y escasez desmedidas en otras. ¡Cuántos seres cada minuto de cada día fallecen de hambre en el mundo! ¿Hasta cuándo? ¿Creen ustedes en las declaraciones de buenas intenciones de los países ricos? Supongo que se debería -y es posible hacerlo- ser algo más realista y humanos, socorriendo a los más desfavorecidos.

Y si el hombre es capaz de organizar grandes proyectos, brillantes eventos y un sin fin de espectáculos recreativos; en favor de los pingues beneficios económicos y comerciales que reportan a nivel mundial. ¿Por qué no es capaz de erradicar la pobreza? ¿Qué falta, intenciones? ¿Ganas? ¿O, mirar para otro lado porque la pobreza frente a la riqueza resulta fea y desoladora?

Creo que a pesar de la ingente labor de auxilio que realizan todos los colectivos humanos no gubernamentales y la propia Iglesia; todavía no es suficiente dado que estas loables iniciativas, deberían reforzarse más contundentemente con el empuje de los países y de los estados en su conjunto con la firme voluntad -si se lo proponen- de llevar a esos otros países deficientes: en lugar de armas – agua- de hombres y soldados para defender políticas, posiciones o intereses -medios- sobre todo: educativos, agrícolas y un larguísimo etcétera de necesidades básicas.

En nuestra sociedad de consumo tan desmesurado. A veces, no medimos ni valoramos el confort y la abundancia que supone este creo que mal llamado -estado de bienestar- frente a la escasez mísera, infinita y desproporcionada sin pensar siquiera ¡cuánto se derrocha!

Los pobres no tienen derechos; solo agradecen y no reclaman. ¿Cuándo llegará el día en que sientan la placentera alegría de no sufrir tribulaciones? Hay ricos sin embargo, cuyo corazón contiene ternura y piedad, lo cual supone un regalo tratar con ellos porque lo hacen con estilo de alta cortesía. Y si la cortesía es el lenguaje de los Ángeles y aunque para algunos tal vez sea una quimera. ¡Al menos intentemos practicarla! DIARIO Bahía de Cádiz

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Tags: José María Vieytesopinión
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