¡El médico me tocó!

Aún me emociono al recordarlo. Estaba en la consulta del médico de Muface, había ido a que me recetara unas pastillas para soportar mejor el mundo, le entregué el talonario de recetas y mientras lo rellenaba le dije un “poyaque”. “Mire usted, poyaque estoy aquí quiero decirle que esta mano me duele bastante a veces, sobre todo el dedo meñique”. El médico seguía expidiendo recetas y cuando terminó y me miró me acerqué a su mesa y le mostré mi mano dolorida. Entonces… ¡me tocó el dedo meñique!

Fue acaso una milésima de segundo pero quedará ya grabada por siempre en mi memoria como signo de humanidad y profesionalidad. Aquella persona, eternamente atareada, agazapada tras una pantalla de ordenador, dándole a las teclas anotando mis padecimientos, gastando tinta de su bolígrafo en mis recetas, aquel hechicero del siglo XXI, sabio entre los sabios, profeta y conseguidor, tocó mi dedo meñique y de esa forma introdujo en mí su energía, su sabiduría, y desde entonces me parece que mi dedo meñique ha mejorado de sus dolencias.

Increíble pero cierto, el médico me tocó como cuando yo era pequeño y existían esos médicos generalistas que se sabían la vida y milagros de todos los miembros de una familia y eran conscientes de que unas palabras de ánimo y consuelo y una palmadita en la espalda valían más que cualquier medicina. Los administradores públicos tal vez no hayan caído en la cuenta de cuánto se ahorraría la hucha pública si en lugar de recetar tantos análisis, radiografías, medicamentos, etc., etc., los médicos te acariciaran con esa palmadita estimulante

Como soy ya mayor mi psicología me ordena que tengo que decir lo que sostienen las personas de mi edad: que cualquier tiempo pasado fue mejor. No me lo creo del todo pero es que ahora la falta de vocación de los médicos que me han atendido hasta el momento –o que yo he visto que han atendido a otras personas- por regla general es asombrosa. Los médicos públicos, a terminar cuanto antes con la cola de personal y los privados a pasar la tarjeta de las empresas privadas por la maquinita, cuantas más, mejor, porque las ganancias son mayores y si se trata de un paciente de Muface venga análisis y radiografías que paga el Estado. En un reciente paseo que me di por Sevilla observé en pocas manzanas al menos tres colegios católicos concertados y cuatro clínicas. ¿Cuánto dinero se le va por ahí al Estado?

Si por fin hay gobierno de progreso –como se dicen a sí mismos los que también presumen de “progresistas”- a ver si le meten mano a esto porque ni Franco le daba tantos privilegios a la empresa privada. Entre eso, combatir la economía sumergida y reformar los impuestos se extrae una pasta pero dejar el dinero público en manos privadas, jamás, que ya bastante se corrompen los políticos y casi se puede generalizar de la enorme cantidad de casos que tenemos encima.

Hoy existen médicos que se llaman “de familia” y yo me pregunto qué clase de especialidad es ésa si van a lo seguro para que nadie pueda denunciarlos por posibles negligencias y te mandan a pincharte o a que te metan en los rayos X por una pamplina y además existen las órdenes rutinarias de enviar medicinas ante algún síntoma de poca monta. Eso por no hablar de lo sospechoso que es que algunos pediatras receten productos concretos de marcas concretas, pongamos por caso las leches para lactantes.

En fin, no me voy a caldear más porque mi dedo se me va a poner enfermo de nuevo y aún siente mi cuerpo escalofríos de placer espiritual cuando recuerda que un médico lo tocó hace unos días aunque fuera una décima de segundo. ¡Qué detalle! DIARIO Bahía de Cádiz Ramón Reig