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home Opinión Víctor Corcoba

El mundo no puede ser una cárcel

· Firmado por ·
1 de diciembre de 2020
/tiempo de lectura: 4 minutos/
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“Volvamos a ser personas de sueños. Movilicémonos a la acción, a la cooperación y al compromiso. La cuestión es de voluntad”.

Hay que salir de la jaula de este mundo encerrado en sí mismo, interesado a más no poder en cuestiones que nos avasallan, quitando fronteras y desactivando frentes inútiles. Reconozco que la tarea no es fácil, porque aún tenemos que disponernos a combatir el fenómeno de la explotación del ser humano. Es posible hacerlo. Tan solo debemos propiciar el carácter de ejecución. Por desgracia, el martirio de la servidumbre no es una reliquia del pasado, sino una realidad cada vez más presente en todos los continentes del planeta; y, sobre todo, en aquellos que nadan bajo el imperio del dinero.

Desde luego, en una sociedad realmente desarrollada, no es justo que exista ese aluvión de gente desempleada, a la espera de migajas vertidas por dicho potencial económico a su antojo y capricho. Por principio natural, todos nos merecemos el cauce del empleo para el crecimiento personal, para establecer relaciones y poder expresarnos, para compartir ilusiones y hasta para sentirnos corresponsables con nuestro esfuerzo en la mejora del orbe. No hay mayor esclavitud que aquella que nos priva del trabajo, puesto que nos corta las alas de la esperanza; y, por ende, nuestra original decencia como seres humanos.

Quizás tengamos que soñar más, y hacerlo unidos, para que la realidad deje de atrofiarnos y atormentarnos. Tomemos el propósito de volver a ser personas de sueños. Movilicémonos a la acción, a la cooperación y al compromiso. La cuestión es de voluntad. Todo se reduce a romper cadenas y a tomar la orientación debida, ayudándonos unos a otros a mirar hacia adelante, para que el níveo andar no se contamine, pues la esclavitud más degradante radica en dejarnos dominar por fuerzas contrarias a la propia  existencia. No podemos olvidar que en esa búsqueda viviente, que todos llevamos consigo al nacer, implica también una maduración en los diferentes valores éticos que llevan a un avance humanitario.

 

Sin duda, nuestra primera tarea es la de un deber innato, la de no ser esclavo de uno mismo, la de despojarse de las amargas prisiones mundanas, prosiguiendo el libre camino de la coherencia, mientras tengamos fortaleza viviente. Además sabemos, que somos muy vulnerables; de ahí la necesidad de unirse y reunirse en un objetivo común: la de no dejarse mercantilizar. Ninguna vida humana puede tener precio, ni quedar reducida a ser propiedad de ningún poder ni de nadie. Para ello, es trascendental que los propios programas educativos, comiencen por reeducarnos a todos, ofreciendo un sentido social de la propia vida, con abecedarios más del corazón y lenguajes claros sobre la inalienable dignidad de cada ciudadano, así como las motivaciones para amar y acogernos, sin distinción alguna.

Esta generación, por consiguiente, no puede continuar pasiva, ante las muchas obligaciones que ha de llevar a cabo, si en verdad se niega a destruirse a sí misma. Que una persona todavía no pueda rechazar o abandonar debido a amenazas, violencia, coerción, engaño o abuso de pedestal, es una situación verdaderamente tiranizada. Hemos de salir con urgencia de esta penitenciaría dominadora que, en ocasiones, la tenemos dentro de nosotros mismos; obviando que la vida es bella y subsiste en ese mundo abierto, donde hay raíces, tronco en comunión y fraternidad en sus ramas. Ojalá hagamos realidad el espíritu de la inclusión desde una visión plural y de diálogo para la reconstrucción de nuevas sociedades más sensibles y solidarias, fruto de ese amor universal que hemos de cultivar.

Por tanto, el reto que tenemos que afrontar hoy nos pide una nueva concienciación, encaminada a sacar lo mejor de cada persona y de cada sociedad, cuestión que contribuirá a esa necesaria lucha por erradicar las nuevas formas mundiales de esclavitud, que son efecto de grandes injusticias sembradas, y que debemos enmendarlas entre todos, con mejores consensos sociales y políticas más sensibles con los débiles; con esos trabajadores migrantes que son víctimas de la trata, a fin de ser sometidos a todo tipo de explotación económica en el plano mundial, como puede ser ese trabajo desarrollado en condiciones de servidumbre o en la prostitución forzosa.

Indudablemente, el mundo no podemos convertirlo en una prisión más, necesitamos que ese bien colectivo con el que se nos llena la boca, se haga presente en todos los rincones de la tierra, con la erradicación autentica del hambre y de la miseria, y la defensa permanente de los derechos humanos. Tal vez nos falte valentía y generosidad para llevar a buen término esa entrega que, en verdad, nos exige una mente más abierta, una sensibilidad más profunda y un amor más verdadero por nuestros semejantes. Tenemos tanto que recuperar después de romper las cadenas que nos humillan, entristecen e irritan, que hemos de activar el reencuentro cuanto antes, iniciándolo desde la sinceridad y terminándolo con la silenciosa y sentida cultura del abrazo entre semejantes. Únicamente así, hallaremos el aliento de la subsistencia como especie pensante globalizada. De lo contrario, feneceremos desolados en nuestras propias miserias egoístas. DIARIO Bahía de Cádiz

Tags: opiniónVíctor Corcoba
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