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Somos el pensamiento mismo del alma

· Firmado por ·
15 de febrero de 2016
/tiempo de lectura: 5 minutos/
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Víctor Corcoba

Víctor Corcoba

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Teniendo en cuenta que el tema del Día Internacional de la Lengua Materna de 2016, a celebrar el 21 de febrero, nos insta a profundizar en una educación de calidad, partiendo de la diversidad lingüística como gran riqueza, se me ocurre pensar en nuestras propias raíces filológicas, o sea en el pensamiento mismo del alma, que realmente es aquello por lo que existimos, nos movemos, sentimos y pensamos. En consecuencia, toda comunicación es un auténtico diálogo en el que se entretejen un montón de sensaciones interiores con el plurilingüismo del cuerpo, que tiene en el seno materno que nos acoge la primera escuela de vida, donde comenzamos a familiarizarnos con los diversos universos que palpitan por doquier. Es este vínculo de familia el que da fundamento a la palabra, enhebrándonos a través de ella, desde la proximidad del espíritu, con aquellos que nos han precedido y nos han puesto en condiciones de cohabitar. Por eso, todos los linajes son fundamentales, aunque solo sea para redescubrimos, con ello estaremos creciendo en una trama unitaria de voces múltiples y cada una insustituible. En este sentido, nos alegra que a través del proyecto «Sistemas de Conocimiento Locales e Indígenas», la UNESCO subraye la importancia de las lenguas maternas y locales como medios para salvaguardar y compartir las culturas y los conocimientos indígenas, que son grandes minas de sabiduría.

En efecto, la mayor sabiduría que existe es conocerse a uno mismo, además de saber utilizar este conocimiento. De nada sirve cosechar títulos formativos si luego no sabemos escuchar, discernir, pensar; y, en igual proporción, ser humildes para poder reconocer nuestra propia ignorancia que es mucha, más de la que creemos. Estoy de acuerdo que el uso de las lenguas maternas en el marco de un enfoque plurilingüe es un componente esencial de la educación de calidad, que es la base para empoderar a las mujeres y a los hombres y a sus sociedades. Está bien, por tanto, reconocer y promover este potencial para no dejar a nadie rezagado y construir un futuro más justo y sostenible para todos. Pero el desafío debe ser aún más profundo, tenemos que aprender no solo a narrar, también a sentir. La indiferencia es el gran problema de este siglo. En lugar de excluir, la especie en su conjunto, como comunidad viva ha de hallarse cercana, aprendiendo a acompañar, a compartir, a vivir en definitiva unida y a no hallarse contra sí misma. De ahí lo fundamental que es impartir la educación en la lengua materna, o sea en la del espíritu, para poder cambiar actitudes, pues tan prioritario como trasladar contenidos, es avivar sentimientos que nos conduzcan a hacer por los demás, lo que quisiera que hiciesen por mí. Ciertamente, cada uno, niña o varón, mujer u hombre, debe contar con las herramientas necesarias para participar plenamente en la vida de la sociedad de la que forma parte: este es un derecho humano esencial y un vector de sostenibilidad en toda iniciativa de desarrollo; pero, igualmente, hemos de fraternizarnos todos los cuerpos más allá de las meras apariencias, pues la realidad es el alma, que es lo que verdaderamente nos sustenta como humanos.

Considero, por consiguiente, que el Día Internacional de la Lengua Materna es un momento propicio para que todos nosotros nos pongamos a recapacitar sobre la importancia de la lengua vernácula, como lenguaje que llega al corazón del pueblo, como instrumento de concordia, al manifestarse con particular ternura, ya sea a través de una lengua local o una lengua de gran comunicación. Las raíces maternas van a permanecer por siempre en ese destino colectivo de toda la humanidad, que ha de hacer todo lo posible por contribuir a la coexistencia armoniosa de la multitud de jergas que se hablan en el mundo. Precisamente, esta diversidad lingüística y cultural es quizá nuestra mayor oportunidad de cara al futuro: para la creatividad, la invención y la inserción. No la desperdiciemos. Con lucidez avivemos una diversidad reconciliada. No hay mayor conciliación para el espíritu de cada cual, que armonizar sentimientos y convenir que la belleza vive en nosotros a poco que la fomentemos, lejos de cualquier uniformidad, pues hay que reconocer y aceptar con alegría los diferentes pensamientos. No olvidemos que en toda lengua hay un mar en el que están cautivas todas las olas, con sus vaivenes de dichos y contradichos. Quizás, eso sí, debiéramos pensar que lo que has de decir, antes de decirlo a otro, debieras decírtelo a ti mismo primero. Seguramente tendríamos menos conflictos a la hora de la acción, pues todas las lenguas han de partir del alma, consiguiendo de este modo, una mejor supervivencia de vidas y un acceso humanitario más inclusivo mediante el pulso de la acogida.

Indudablemente, tras esta época inquietante se necesita que las lenguas se interrelacionen íntimamente, algo tan preciso como urgente en un momento en el que se viene quebrantando hasta los fundamentos morales de la propia existencia humana, con la consabida deshumanización en todos los idiomas del orbe. Ante esta realidad, sería bueno poner de relieve las múltiples funciones que tienen las lenguas para la formación del espíritu en el sentido más amplio y para la cimentación de una ciudadanía mundial más hermanada. A veces se producen signos esperanzadores como el encuentro del Santo Padre Francisco con su Santidad Kiril, Patriarca de Moscú y de todas las Rusias, al «hacer un llamamiento a todos los países involucrados en la lucha contra el terrorismo, a las acciones responsables y prudentes». Otras veces, las lenguas son también puntos de inicio para el logro de un corazón más auténtico que nació para no estar quieto en ninguna parte. Nos mueven tantos deseos, que no hay fronteras geográficas para impedirnos el impulso de saber mirar y ver a nuestro alrededor, nuestras propias miserias humanas.

 

Los ortodoxos y los católicos a menudo trabajan hombro con hombro. Esto me gusta. Ellos defienden la base espiritual común de la sociedad humana, dando testimonio de los valores evangélicos. También las lenguas, que son el pedigrí de las naciones, a través de sus formas diversas de expresión generan conocimientos, dando prueba de los valores humanos. Valor es lo que se precisa para elevarse y conversar; pero también es lo que se requiere para escuchar y hacer silencio. Al fin y al cabo, nada está perdido si se tiene la valía de hacerse valer con el valor de empezar de nuevo. Nunca es tarde para que las lenguas maternas convivan con otros pensadores y otros pensamientos, con la adquisición de otros lenguajes. Todas las lenguas están vinculadas entre sí por sus orígenes, al corazón de su generación, y las prestaciones que se hacen unas a otras, es lo que da claridad para comprender, escribir y expresar la realidad que nos circunda, donde siempre están presentes elementos de ensoñación y poesía, pues todo lo que somos es la consecuencia de lo que hemos madurado; fundado en nuestras reflexiones y concebido a través de nuestros pensamientos. Ya lo decía Aristóteles, en su tiempo: «lo que tiene alma se distingue de lo que no la tiene por el hecho de vivir». No le faltaba razón. Hay un incesante esfuerzo, ya no solo por vivir, por comunicarse corazón a corazón. Es otra manera de estar. Son las relaciones entre conciencias lingüísticas lo que da sentido a la vida. Imagino, luego soy. Hágase pureza y materialidad. DIARIO Bahía de Cádiz

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