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home Opinión Óscar Cantero

La decepción del alcalde

· Firmado por ·
19 de septiembre de 2018
/tiempo de lectura: 7 minutos/
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Cuando hace unos días el actor y activista Willy Toledo fue detenido, vimos como suele ser habitual en estos casos, una ola de indignación básicamente de plataformas de izquierda y algunos contertulios, que bien en declaraciones verbales o en redes sociales, se dedicaron a desinformar y confundir a la población, diciendo que este buen señor “estaba en la cárcel por blasfemar e insultar a Dios”, mintiendo malintencionadamente. Lo cierto, es que Willy Toledo estuvo en el calabozo -que no en la cárcel- por desafiar en dos ocasiones la citación -y con ello a un poder del Estado- que le obligaba a comparecer para dar explicaciones sobre la demanda interpuesta por la asociación de abogados cristianos por sus palabras en las que insultaba a Dios y a la Virgen.

Como era de esperar, también a la salida del juzgado, tras declarar y ser puesto en libertad, un grupúsculo de personas, en señal de apoyo lo esperaban para repetir junto a él -puño derecho arriba-, las palabras que generaron la discordia, repitiendo la escena de desafío a la justicia y sus representantes.

Dada la amplia repercusión que este asunto estaba teniendo en los medios de comunicación, no tardaron mucho en aparecer los políticos en las redes, muchos de ellos con tuits de solidaridad con el actor y en defensa de la libertad de expresión.

Quiero centrarme en uno en concreto, escrito por la lideresa de Podemos en Andalucía, Teresa Rodríguez y retuiteado por el alcalde de Cádiz, José María González. A las 18.31 horas del pasado 12 de septiembre, publicaba la política gaditana:

 

“Han detenido a Willy Toledo por ‘cagarse en dios’ y yo ‘¡me cago en dios!’ porque han detenido a Willy Toledo. La libertad de expresión es sagrada»

Poco después, González difundía desde su cuenta el mensaje, haciéndolo suyo. No tardó mucho en desatarse una ola de polémica e indignación en parte de la población gaditana y por supuesto de varios representantes del clero, que de manera inmediata se pusieron en contacto con el regidor. Poco después, quizás abrumado por la repercusión de su proceder, eliminó el mensaje de su cuenta y se apresuró a explicar que en ningún momento había pretendido ofender a nadie.

No pretendo aprovechar este espacio ni este incidente para reprobar su actitud; tan sólo quiero hacerle llegar una reflexión y mi opinión particular sobre este desagradable asunto. Así que si me lo permite, a partir de ahora, me voy a dirigir a usted directamente, señor alcalde.

Para ser franco y sincero, cuando llegó a la Alcaldía, la verdad es que esperaba poco o nada de usted; al menos nada positivo. El mismo día que tomó el bastón de mando, la alcaldesa saliente tuvo que abandonar el edificio consistorial fuertemente protegida ante la agresividad de la turba de seguidores que enardecidos gritaban desde San Juan de Dios “¡Kichi Salvochea!”. Creo que no condenar estos hechos fue un error de bulto; el primero. Como le digo, nada esperaba de usted así que nada me sorprendió ni decepcionó.

A lo largo del siguiente año y medio aproximadamente, se repitieron episodios en los que me pareció que seguía actuando como el activista que fue y no como el alcalde que es. Entre ellos, la inapropiada vestimenta y actitud con la que recibió al almirante del Elcano, su abierta intención de eliminar la colaboración del consistorio con las cofradías, el incidente con el cónsul alemán y otras varias, como cuando en una salida de tono en un pleno atacó al portavoz del grupo socialista, Fran González con un argumento tan pueril como grotesco, cuando como respuesta se limitó a recordarle que usted está en posesión de una licenciatura, mientras que él no. Al igual que en las anteriores ocasiones, como nada esperaba, nada me sorprendió ni decepcionó.

No sé exactamente en qué momento de su mandato, decidió convertirse ‘de verdad’ en el alcalde de todos los gaditanos y empezó a tener en cuenta las sensibilidades de los que no piensan como usted ni comparten sus postulados.

Comenzó a utilizar un atuendo acorde al cargo que ostenta, a recibir a las autoridades que visitaban nuestra ciudad de una manera adecuada e incluso a pesar de ser un ateo confeso, aceptó que le fuera impuesta la medalla del Nazareno, como máximo representante de la ciudad. Yo, como nada esperaba de usted, quedé gratamente sorprendido.

Lo hizo también, por ejemplo, cuando otorgó la Medalla de Oro de Cádiz a la Virgen del Rosario, por entender que la devoción que los gaditanos le profesan así lo justificaba. Y lo hizo soportando críticas incluso de sus compañeros de gobierno, como Adrián Martínez de Pinillos (que por cierto estudió en el mismo colegio privado que yo), se mostraron claramente contrariados por su decisión. Yo, que había empezado a cambiar de opinión sobre usted, constaté que su cambio de actitud en la manera de entender el cargo era sincera, y comencé a confiar en usted.

Su postura, sincera y coherente en la polémica compra del chalé de Pablo Iglesias e Irene Montero me convenció de que no era la clase de dirigente que parecía en sus inicios, y comencé a sentir hacia su persona mayor respeto, a la par que aumentaba mi confianza en usted.

Hace pocos días, cuando corrió peligro la carga de trabajo de Navantia por la posible cancelación del contrato con Arabia Saudí, expresó de manera inmejorable su comprensión y apoyo a los trabajadores de Navantia: “No se puede obligar a elegir entre el pan o la paz”. En esta ocasión, como ya sí tenía claro que podría llegar a ser un buen alcalde, me alegré de su reacción, pero no me sorprendí.

Sin embargo, pocos días después, cuando vi que había retuiteado el tuit de Teresa Rodríguez en el que para solidarizarse con el estalinista Willy Toledo se cagaba en Dios, me llevé una enorme decepción. En primer lugar, porque las palabras de su compañera de partido y vida, eran mentira, ya que a Willy Toledo no lo detuvieron por cagarse en Dios, sino por ignorar sendas citaciones judiciales de manera deliberada. Y segundo, porque creía que su excelencia ya había superado la etapa en la que ignoraba y justificaba las formas para defender un argumento de fondo. Me imagino que usted tendrá el hábito de retuitear los mensajes de algunos de sus correligionarios, sobre todo si se trata de su compañera de confluencia y vida, pero eso no justifica tamaño despropósito.

Yo, como cristiano, al igual que me imagino que le ocurrirá a muchos otros, incluidos musulmanes, judíos o protestantes (la RAE define a Dios como “Ser supremo que en las religiones monoteístas es considerado hacedor del universo”), me sentí profundamente dolido, ofendido e insultado al escuchar por primera vez las manifestaciones de Toledo (hijo por cierto, de un cirujano jefe del Hospital 12 de Octubre y una psicóloga y nieto de un registrador de la propiedad). A nadie le gusta que insulten a su familia, que desprecien a su padre y a su madre y que los ridiculicen en público. Y para los creyentes, señor alcalde, precisamente eso, un padre y una madre es lo que son Dios y la Virgen María. Sé que es difícil de entender para alguien que no tiene fe, pero estoy seguro de que usted tiene la empatía suficiente para ponerse en mi lugar. Y si no, imagínese lo que sentiría si alguien se dirigiera en esos términos a sus hijos o a su señora madre.

Yo soy partidario de que prime la libertad de expresión y se eliminen del código penal los artículos que hacen referencia a las ofensas religiosas. Entre otras cosas, porque en el momento que no esté prohibido (como ocurre con todo) personajes como este tipo perderán interés en hacer estos comentarios. Pero mientras sigan figurando en el código penal, la obligación de las autoridades es hacer cumplir la ley y me parece una irresponsabilidad de proporciones gigantescas el hábito que se está adquiriendo en este país de atacar y desafiar a jueces y fiscales cuando no gustan sus resoluciones. Máxime cuando esa presión se ejerce y fomenta por responsables políticos.

Cuando el maníaco depresivo Willy Toledo pronunció aquellas palabras, buscaba que le entraran al trapo para causar el revuelo mediático que no logra con su actividad profesional. Por cierto, que según dice lleva 10 años sin que le ofrezcan un papel por ser de izquierdas (lo que suena a delirio o cachondeo). Buscaba titulares, cámaras, publicidad, demandas… y todos fuimos tan lerdos que entramos al trapo y le dimos lo que quería. Y como tonto no es, desde el principio puso todo su empeño en repetir que él no quería herir la sensibilidad de nadie con sus palabras y que España es un país aconfesional, para argumentar así en la futura demanda que sabía que le esperaba, que en su actitud en ningún momento hubo dolo.

Cierto es que es España un país aconfesional, lo dice la Constitución en su artículo 16.3: “Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”. Pero del mismo modo, en su artículo 14, la Carta Magna refleja que “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. Y a nadie se le ocurre cuestionar que es justo que se pueda menospreciar a una persona por su raza o sexualidad, por ejemplo.

Willy Toledo, independientemente de que sea condenado o no, ya ha ganado, por la publicidad, dimensión y relevancia que ha alcanzado en estos días.

Hay jurisprudencia de casos similares en la que proferir expresiones de este tipo no se consideró delito y que fueron consideradas dentro de la legalidad.

Pero que decir cosas así pueda ser legal, no implica que quien las ‘escupa’ no sea una persona maleducada, intolerante, grosera, zafia, insultante, déspota, chula, bastarda, tonta, imbécil, idiota, boba, estúpida, mema, mentecata, ignorante, palurda, inepta, majadera y cretina.

Por poner un ejemplo. DIARIO Bahía de Cádiz 

Tags: opiniónÓscar Cantero Puyana
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