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Hay que armonizar las culturas

· Firmado por ·
1 de junio de 2015
/tiempo de lectura: 5 minutos/
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Víctor Corcoba

Víctor Corcoba

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Confieso que la vida me fascina y, sobre todo, el sueño de vivir, de hallarse y de celebrar el disfrute del tiempo, tanto del vivido como del tiempo que nos queda por vivir, hasta alcanzar a vislumbrar que todo tiene su grandeza y también sus miserias. De ahí que la máxima prioridad de la especie humana, apreciando que una ilusión junto a otras visiones se convierte en realidad, ha de ser la autenticidad del amor, o sea un crecimiento más del espíritu que de la materia, y así, de este modo, concentrar menos venganzas y más reconciliaciones para que el orbe subsista armónicamente ante el cúmulo de discordancias que nos invaden. Para Nelson Mandela, como para cualquier ciudadano de amplitud de miras, su ideal más querido es el de una sociedad libre y democrática en la que todos podamos vivir en armonía y con iguales posibilidades. Evidentemente, el mundo tiene que fraternizarse, y lo que ahora puede parecer una quimera, será la gran conquista de la humanidad. Claro está, tendremos que despojarnos de la mentira, luchar contra las injusticias, liberarnos de ataduras que nos aniquilan, desandar caminos competitivos, reflexionar -en definitiva- más interiormente para poder amparar toda existencia por minúscula que nos parezca. Para ello, hemos de poner todo nuestro intelecto en ser servidores y jamás dueños de nadie, en ser ciudadanos dispuestos a abrazar la verdad y en sembrar de sonrisas nuestro camino, que la paz va con uno y no hay que buscarla por fuera.

Ya sabemos que no habrá sosiego mientras perduren nuestras desventuradas hazañas, como son las opresiones de los pueblos, las inmoralidades y los desequilibrios económicos, la intolerancia y la discriminación, el caos y el desorden. Tampoco se trata de legislar más para reducir los riesgos, sino de legislar con otros horizontes, quizás los de la universalidad natural, para mejorar su cumplimiento. Las finanzas no pueden dirigir nuestras vidas como vienen haciéndolo. Tenemos que construir otra tierra, donde el mercado sirva al ser humano, y no viceversa. Al final, todo hemos de centrarlo en la persona como conjunto, como sueño, teniendo en cuenta que nada sucede a menos que primero sea un deseo. Y la gran aspiración de este linaje, en el momento actual, ha de ser menos palabras y más hechos, o si quieren, más concreción y menos abstracciones. Esta realidad de trabajar todos para todos hay que entenderla bien. El ciudadano, por ende, ha de poner más entusiasmo en las acciones que en los dichos. Quien ama nada se le resiste y hasta los sueños dejan de ser sueños. Es un poco el protocolo del instinto natural: tenía hambre y me has dado de comer, sin importarte nada. Considérese, pues, que al ser humano sólo le puede salvar su análogo. No somos islas, y la verdadera donación no puede aislarse en unos pocos, porque si se encierra no es amor, y al final acabará buscando su propio provecho o el interés de unos pocos.

Bajo este pensamiento de lo global hemos de encauzar nuestra propia existencia. Hace tiempo que lo vengo reivindicando en sucesivos artículos y no cesaré de hacerlo, porque esta vida es de todos y de nadie en particular. Únicamente podremos hallar soluciones adecuadas si actuamos unidos y acordes. Existe, por tanto, un notorio, definitivo e inaplazable imperativo ético de pasar de las palabras a los hechos. En este sentido, es por ejemplo, un gesto de avance que Italia haya sido designada como país anfitrión de las celebraciones globales del Día Mundial del Medio Ambiente (5 de junio) en un anuncio hecho público de forma conjunta por el gobierno italiano y el programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Igualmente resulta significativo que dicha jornada avive el uso eficiente de los recursos y la producción, así como un consumo sostenible en el contexto de la capacidad regeneradora del planeta, tal y como capta el eslogan, por cierto elegido por la comunidad mundial a través de sus votos en las redes sociales, refrendando de esta manera el carácter planetario de dicha onomástica: «Siete mil millones de sueños. Un solo planeta. Consume con moderación». Está visto que, mientras hay vida, siempre está la esperanza de no desistir de los sueños. Quizás deberíamos permanecer más atentos a este tipo de señales, puesto que son estas conmemoraciones, donde aparte de subrayar la posibilidad de trabajar unidos, lo que hace que la vida se muestre interesante. Téngase en cuenta, además, que así como una jornada bien empleada genera un dulce sueño, también una existencia moderada, entregada al bien común, de igual forma causa una dulce muerte. Sólo hay que mirar y verlo que así es.

Naturalmente, cualquiera que conserve la capacidad de ver la belleza como parte de sí jamás se entristece y camina con la fuerza de la juventud, deseoso de hacer camino sobre la propia existencia. Es verdad que, en nuestros días, el ciudadano admirado por sus propios descubrimientos, se endiosa pero, a la vez, también se angustia sobre la evolución del mundo. Muchas veces camina como perdido y llega a no reconocerse y rechazarse. Otras veces recapacita, y esto es bueno, sobre el sentido de sus esfuerzos individuales y colectivos, sobre el destino último de las cosas y de la humanidad, e intenta abrir nuevos sueños poniéndose a disposición de la ciudadanía. Tal vez tengamos que renovarnos como sociedad, como familia humana, juzgando menos y donándonos más. Al fin y al cabo, nuestro dinamismo creativo es nuestro principal anhelo, pero no podemos caer en contradicción. Activar la coherencia con nuestra voluntad ha de ser prioritario. De lo contrario, seguiremos reivindicando de palabra la libertad, mientras la realidad será otra, y seremos más esclavos que nunca, tanto social como psicológicamente. Lo mismo sucede con el poder, en lugar de estar al servicio de toda la humanidad, conviviremos con otras situaciones que amenazan con destruirlo todo. Esta es la gran inquietud que debe hacernos recapacitar, al menos para optimizar nuestras actitudes, nuestro espíritu de concordia, nuestro vinculo de familia fraterna.

 

Indudablemente, el curso de los acontecimientos a veces nos deja sin palabras. Sin duda, el espíritu técnico nos aproxima más unos a otros, también el espíritu científico nos ayuda a vivir más y mejor, pero hace falta otro espíritu, el humano, para que nos transformemos en ciudadanos compasivos, en individuos con sentido de estirpe, en pobladores solidarios más allá de las buenas intenciones. Necesitamos socializarnos desde la fraternidad. O si lo prefieren desde el amor más profundo. Esta es la clave y ha de ser nuestra nueva mentalidad, nuestro renovado espíritu crítico, lo cual hace que el ser humano tenga un sentido más vivo de pertenencia al linaje. Por consiguiente, ha de afianzarse la convicción de que los seres humanos nos pertenecemos unos a otros y, en consecuencia, hemos de perfeccionar el dominio sobre las cosas que nos circundan. No olvidemos que todos tenemos capacidad de discernimiento para dirigir correctamente las fuerzas hacia una comunidad universal, que se alimente del amor, o bien optar por aplastarnos con poderes que no dejan ni interrogarnos, y que en absoluto van a respetarnos como habitantes. Por ello hay que insistir sobre todo en que las culturas han de armonizarse, lejos de cualquier poder político o económico, con el único referente de que los sueños son posibles y de que la vida es una permanente sorpresa de que vivo para los demás y no para mí. Con razón una vida no ofrecida tampoco merece continuidad alguna. Eso me parece a mí. Que cada lector responda para sí. DIARIO Bahía de Cádiz

más opinión Víctor Corcoba

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