Parece que poco a poco se van sumando voces desde muchas partes que reclaman un alto el fuego inmediato, parar el genocidio sionista sobre el pueblo palestino, poco a poco y más o menos.
Hasta el gobierno inglés o el francés parece que insinúan y balbucean palabras que pueden entenderse, que parecen que quieren decir… y en serio yo creo que está bien, cuanto más se hable, cuanto más se diga a favor del pueblo palestino mejor, sin duda alguna.
Lo que pasa, y es mi reflexión, es que palabras sin hechos pueden quedarse en humo, y como escribía el poeta César Vallejo en su poema Masa: “El cadáver ay, siguió muriendo”.
La Relatora Especial sobre la situación de los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados, Francesca Albanese, hace una semana venía a decir que las condenas morales contra los genocidas están bien, que las órdenes de arresto de los Tribunales Internacionales, pues que también, pero si no se sientan hoy en el banquillo y se juzgan por genocidio puede que sirva para poco.
Puede que a alguno se nos ocurra alguna frase hecha, algo como… “la historia les juzgará…”, que queda muy bonita, pero es como si metiéramos una patada al balón, sabiendo que no va dirigida a la portería, pero parecerá que estamos jugando, y no servirá para nada.
Otro poeta, este de aquí al lado, Rafael Alberti, en el poema Nocturno dice: “las palabras entonces no sirven: son palabras. Balas. Balas…”, y le robo una frase a mi amigo Pepe: “y te voy disir una cosa: a Netanyahu si no se le juzga ahora, no sé si la historia le absolverá o condenará, pero a los equidistantes que se la cogen con papel de fumar por no cabrear al dueño, esos ya tienen la foto para los libros de Historia con la leyenda: ‘No hizo nada y/o se calló como…”.
Por otra parte, es verdad que no corren vientos que nos empujen al optimismo. Abres los medios, incluso sin abrirlos te llenan la cabeza de cientos, de miles de palestinos muertos por las bombas, o por el hambre, qué más da. Niños deambulando entre los escombros, algunos, muy pocos haciendo lo que hacen los niños aunque sea entre los escombros, jugar, repetir una tabla de multiplicar, aprender, asistir a clase.
ahora es la hora de pasar de las palabras, que están muy bien, a los hechos. Sigamos denunciando el genocidio, por supuesto, pero démosles donde más les duele, en sus bolsillos
Decía antes lo de ensanchar el optimismo, ni falta que hace. Convendría no confundir optimismo con esperanza (*) no son ni parecidos. Se puede ser optimista sin esperanza, no vale para nada, bueno sí, para tener el corazón “happy”, o al menos creérselo. Soy más partidario de tener esperanza y utilizarla. Mientras con el optimismo creemos que las cosas mejorarán, con la esperanza creemos que se pueden mejorar las cosas. El optimismo es un concepto, una visión pasiva de las cosas, mientras que con esperanza, somos conscientes de que podemos cambiarlas, eso sí, depende de cada uno el querer cambiarlas.
Ahora es la hora de pasar de las palabras, que están muy bien, a los hechos. Sigamos denunciando el genocidio, por supuesto, pero démosles donde más les duele, en sus bolsillos. Pueden conseguir comprar votos en Eurovision, más temprano que tarde nos enteraremos del dineral que se han gastado, pueden intentar estar presentes en competiciones, pero se encontrarán con gradas con miles de voces reclamando justicia para Palestina o deportistas que se dan media vuelta cuando izan la bandera sionista.
Se pueden encontrar las empresas que les apoyan que no es rentable, que sus cuentas de resultados se resienten y que dejan de ser sponsor de equipos y/o actividades publicitarias sionistas.
Ahora es la hora de tener esperanza y arrimar el hombro para poder cambiar las cosas. En Vietnam se consiguió, en Palestina lo conseguiremos.
(*) El optimismo es una virtud pasiva; la esperanza es una virtud activa Rachel S. Mikva, Rabina (26 agosto 2024) DIARIO Bahía de Cádiz