Quieren que se eliminen a las palomas de forma ética, pero no sé si saben lo que significa y tampoco qué ética puede haber en la muerte no consentida. Ese es el principal problema de nuestra sociedad, la estulticia o la bobería por decírselo con atenuantes. No tienen más que ver ‘First date’ para notar que el groso modo de la sociedad se cree que poder soltar por esa boca pasto en llamas, le habilita para hacerlo.
Para estos “éticos” de pacotilla, las normas están puestas no ya para saltárselas (al modo del cigarrillo es bueno o fumo donde me da la gana) sino que son para otros y no para ellos. El otro día un impresentable quería mi sitio en un aparcamiento y -pidiéndomelo por favor- creía que lo lograba. Era un impresentable de película serie B, porque no tenía presentación posible una persona que quiere aparcar invadiendo tu espacio, que después te insulta y que te dice que tienes falta de ética cuando lo único que estás haciendo es esperar bien aparcada en un sitio apto -y bien dispuesto- para ello. Pero la gente es así, obtusa y obstinada en salirse con la suya porque se creen que tener un carnet con estampitas de Popeye les da vena en algo que no sea argot doméstico y trabajo precario a la puerta de un supermercado.
Aquí hay espías a porrillón y gente muy formal, tanto que son parados de cronicidad y debedores hasta de callarse la boca. Pero los fantasmas pululan a dos patas, sin sábanas de seda sino apolilladas fantasías que componen al ritmo de salsa que el espermatozoide que los originó bailó en la vagina de su madre.
No sé qué ética puede haber en matar a quien no quiere la muerte, pero tratándose de animales no me extraña porque si nos molestan se van sin pacto de conciliación, ni compartidas. Se van y punto, por la puerta de atrás del quemadero porque defecan y ensucian, porque molestan a la vista y porque hubo un imbécil que pensó que nunca se reproducirían como las ratas con alas que son.
Qué daño ha hecho la fábula de Noé con la puñetera paloma, qué daño Alberti y qué daño todas las infecciones que producen para colmo de males. Qué mal los que le ponen alfileres en las cornisas para no ver las heces apalancadas, qué horror de Pijilandia y de cruceristas que vienen a la Ciudad de los Prodigios donde mendigamos sus monedas a ritmo de habanera.
Es la ética de la supervivencia, la publicidad o el sillonismo que hay donde pagan, que todos queremos tener viajes espaciales, convidar a los vecinos a una barbacoa y los sábados, fiesta porno en la piscina.
Es la ética que no es sino moralidad de quita y pon, costumbres recicladas y vendidas al vencedor, al que impone la ley y la costumbre para que nos acostumbremos a ellas y no notemos cómo nos aprieta el ronzal en la dentellada. DIARIO Bahía de Cádiz