Entre las fachadas restauradas y las calles turísticas, todavía hay residentes en la capital gaditana que se enfrentan a precarias condiciones de vida.
Cádiz se asocia con la historia, la luz del Atlántico y sus luminosos patios. El casco antiguo, con sus estrechos callejones y balcones de hierro forjado, es una visita obligada para quienes buscan autenticidad y cultura.
Pero tras las capas de encalado y el atractivo arquitectónico se esconde todavía una realidad menos conocida: las fincas precarias. Todavía existen edificios, a pesar de su valor histórico, en un estado que no garantiza una vida digna a sus habitantes. Junto con el equipo de apuestas chile, analizamos cómo este problema afecta a cientos de personas en el corazón de la ciudad.
Una historia que viene de lejos
La precariedad habitacional en Cádiz no es un fenómeno reciente. Durante décadas, muchas de las casas del centro histórico fueron subdivididas para alojar a varias familias en espacios reducidos. El paso del tiempo, la falta de inversiones estructurales y la dejadez institucional tras varios planes de rehabilitación efectivos, han contribuido a que haya todavía determinadas fincas en progresivo deterioro, sin perder, sin embargo, su valor en el mercado turístico.
La contradicción es evidente: edificios con valor patrimonial que sirven de refugio en condiciones indignas. Techos que gotean, escaleras en ruinas y baños compartidos son aún hoy parte de la vida diaria de algunos vecinos, ante la inacción de los propietarios, a la espera del abandono de las casas para revenderlas a inversores y promotoras.
La gentrificación y el turismo como factores agravantes
Además, en las últimas décadas, el casco histórico ha vivido un proceso de transformación impulsado sobre todo por el turismo. La llegada de visitantes y el auge de los alquileres turísticos han disparado los precios y empujado a muchas familias a la marginalidad habitacional. Las reformas se centran en convertir viejos inmuebles en apartamentos para turistas, dejando al margen a los vecinos de toda la vida.
Este fenómeno ha reducido drásticamente la oferta de vivienda asequible. Mientras algunos edificios son renovados para el visitante temporal, otros permanecen inhabitables para quienes no tienen otra opción. La lógica del mercado ha desplazado al derecho a una vivienda digna, y la ciudad histórica corre el riesgo de perder no solo sus estructuras, sino su tejido humano, el alma cotidiana que le da sentido más allá del turismo.
Consecuencias sociales y sanitarias de la infravivienda
Vivir en una infravivienda no solo supone incomodidad: implica riesgos físicos y psicológicos. Las condiciones de humedad, el frío constante, la falta de luz natural o de ventilación adecuada afectan gravemente la salud de los residentes, especialmente de niños y personas mayores. Las enfermedades respiratorias, los cuadros de ansiedad o la falta de sueño son consecuencias habituales en estos entornos.
Además, la falta de seguridad estructural crea una amenaza permanente. Las caídas de techos, los problemas eléctricos o las plagas de insectos se repiten en edificios habitados por pura necesidad. La vivienda, entendida como derecho básico, se convierte en una trampa.
Políticas públicas entre la omisión y el maquillaje
La respuesta institucional ante la infravivienda en Cádiz ha sido irregular. Durante años es verdad que se han ejecutado programas de rehabilitación, con importante inversión pública, en muchas de las fincas de intramuros. Sin embargo, dichos planes han desaparecido en los últimos tiempos de la agenda de la Junta de Andalucía y del Ayuntamiento.
Así, hoy día la falta de una política integral que combine protección arquitectónica con justicia social ha convertido el centro de Cádiz en un espacio de contrastes extremos, donde conviven el esplendor patrimonial y turístico con algunos testimonios de pobreza estructural.
Resistencias vecinales y alternativas desde la comunidad
Frente a esta realidad, algunos colectivos vecinales y plataformas ciudadanas han comenzado a organizarse para denunciar la situación y exigir soluciones concretas. Desde talleres informativos hasta ocupaciones simbólicas, la ciudadanía activa busca hacer visible lo que durante años ha permanecido oculto. Estas acciones no sólo señalan problemas, sino que también proponen modelos de rehabilitación participativa y políticas más inclusivas.
Las alternativas no faltan, pero requieren voluntad política. Apostar por cooperativas de vivienda, cesiones de uso, alquiler social o modelos de renovación con participación vecinal puede abrir caminos hacia una regeneración justa del casco histórico. La ciudad no puede permitirse expulsar a quienes le dan vida. Preservar su historia también implica cuidar a quienes aún la habitan en silencio y entre paredes agrietadas.
Conclusión
La infravivienda en el casco histórico de Cádiz todavía existe, es una herida abierta en el corazón de una ciudad que presume de hospitalidad y belleza. No basta con restaurar fachadas ni con atraer visitantes: es urgente mirar hacia dentro, hacia los hogares que no aparecen en las guías pero que son parte esencial del alma urbana. Ignorar esta crisis es renunciar a la justicia social en favor del escaparate.
Una ciudad histórica no puede construirse sobre el olvido. Recuperar el equilibrio entre patrimonio, turismo y vivienda digna es un desafío complejo, pero imprescindible. Cádiz debe decidir si quiere ser solo una imagen para el visitante o un espacio habitable para todos sus ciudadanos. Y esa decisión pasa, sin duda, por poner fin a la normalización de la infravivienda.