Saben que desempolvé el barquito de cáscara de nuez de mi infancia para sumarme a la flotilla por la Paz que navegó hasta Gaza para romper el bloqueo de Israel al pueblo palestino. El mío, al ser literario, no fue asaltado ni hundido por los genocidas, que continúan con su exterminio respaldados por el vergonzoso acuerdo urbanístico de paz, esta en minúscula porque para ellos es solo un alto el fuego temporal, tienen claro que seguirán matando.
Ahora que lo tengo puesto a punto, lo vuelvo a botar, dividido en dos flotillas que esta semana han captado mi atención y tienen todo mi respeto. La primera es la organizada por los pueblos indígenas de la Amazonía para reclamar justicia climática, social y económica en la Contracumbre que se celebra en paralelo a la COP30 que Naciones Unidas organiza estos días en Belém, Brasil.
Partió hace un mes desde los Andes en Ecuador, con el nombre de Yaku Mama (madre agua) y el símbolo de una anaconda, la dueña o ama del río, que se transforma en mujer. Recorrió 3.000 kilómetros y cuatro países, para llevar la voz y la sabiduría de estos pueblos indígenas a la Conferencia contra el Cambio Climático, donde, entre otras cosas, los países participantes, menos EE.UU., que ni siquiera se ha dignado a presentarse, tienen que refrendar el Acuerdo de París, otro de esos documentos cargados de esperanza y sueños que terminan quedando en papel mojado.
Además, volverán a ponerse sobre la mesa lo que llevan discutiendo e incumpliendo décadas, a la sombra de las grandes corporaciones más contaminantes del planeta y que financian estos encuentros: el límite del aumento de temperatura, ya sobrepasado y camino de los segundos, respecto a la época preindustrial; la pérdida de biodiversidad; el final de los combustibles fósiles; el mercadeo de los créditos de carbono o el fondo de compensación que los países ricos, los contaminantes, los expoliadores, los que han generado el problema, deben aportar al Sur Global, los países en desarrollo, para ayudar con la adaptación, mitigación y daños climáticos que están padeciendo.
Reunió a más de 5.000 personas de 60 nacionalidades, a bordo de 200 embarcaciones, con la esperanza, con la fuerza y con un solo grito, el de la sociedad civil que reclama y exige responsabilidades, compromisos y soluciones para pasar a la acción en la defensa de los bosques, del agua y de la tierra.
A ellas me uno, y aporto unas tijeras para cortar los hilos con los que manejan a los que llamamos líderes mundiales, pero que no nos representan, ni defienden el bien común y están sometidos al capital.
volverán a ponerse sobre la mesa lo que llevan discutiendo e incumpliendo décadas, a la sombra de las grandes corporaciones más contaminantes del planeta y que financian estos encuentros
La segunda flotilla a la que me sumo es la del proyecto Ulysses, que he conocido en el IV Seminario de la Red de Educación Marina que ha organizado el Centro Nacional de Educación Ambiental, CENEAM, en Alicante.
Durante dos días, acogidos por el CIMAR, el Centro de Investigaciones Marinas de Santa Pola, hemos compartido las experiencias, conocimientos, ideas, habilidades, valores y destrezas aprendidos, a base de esfuerzo, tiempo y muchos errores, en nuestros procesos individuales, locales, para crear una red, una comunidad que nos fortalezca, amplifique nuestro alcance y multiplique el entusiasmo que tenemos para despertar conciencias, pasar a la acción y buscar las soluciones a los problemas ambientales presentes y futuros a los que nos enfrentamos.
Ulysses es un proyecto científico, educativo y divulgativo, que pretende lanzar al golfo de Bizkaia 1.000 barquitos de madera para conocer la dispersión y acumulación de las basuras marinas, en especial el plástico. Equipados con GPS, obtendrán una serie de datos que servirán para identificar puntos críticos, planear soluciones y promover cambios en la fabricación, uso y gestión de nuestros residuos.
Cada uno ha sido apadrinado por diferentes colectivos y particulares con mensajes, dibujos y un compromiso que deben cumplir si alguien lo encuentra y lo devuelve a la base de operaciones. En un proyecto piloto, se recuperaron el 70% de las embarcaciones que lanzaron al Cantábrico, con el asombroso viaje de una que llegó hasta las islas Canarias.
El nuestro va cargado con un poquito de cada uno de nosotros, de caballitos, langostas y tortugas marinas, de mil limpiezas de playas, de itinerarios submarinos, de la belleza de la isla de Tabarca, del hospitalario cuartel de carabineros bajo el arrecife fósil, de pelotas de posidonia, mucha sal y mujeres marineras, y con el compromiso de divulgar el problema de las basuras marinas cuando llegue a puerto.
Como mi paciencia no es la de Penélope, me adelanto al acontecimiento por si el barco de Ulysses tarda veinte años en volver. De todas formas, lo estaré esperando para cumplir con mi promesa y recordaros que el mejor residuo es el que no se genera y que en nuestras manos está parte de la solución. Mientras llega el momento, sigo subiendo y bajando las olas, riendo, remando, cantando ante la negra tempestad, sumándome a las flotillas que sean necesarias, en mi barquito de cáscara de nuez, adornado con velas de papel que ya ha puesto rumbo a Vigo.













