Érase una vez un imperio llamado “Británico” que antes de la I Guerra Mundial fue considerado el mayor imperio colonial del mundo. Sus dominios se extendían sobre Canadá, La India, Australia, gran parte de África (Egipto, Sudán, Kenia y Nigeria), y parte de Asia, como Malaca (Malasia) y Singapur. El imperio llamado “Británico” se dedicaba a saquear a estos territorios para así enriquecer a su corona. Pero nunca estaba satisfecho y, como todos los imperios, quería extender su dominio político, económico y cultural sobre otros territorios, dejando un legado de explotación, aniquilación, sometimiento y conflicto en todos los pueblos por los que pasaba.
Tenéis que saber que los Estados imperialistas se organizaban muy bien entre ellos. A veces se ponían de acuerdo para no interferir en sus propósitos expansivos y se organizaban para que su hegemonía quedara bien clara. En la época en la que nos ocupa, tras la I Guerra Mundial en 1919, se fundó la Sociedad de Naciones, el imperio llamado “Británico” formaba parte de ella junto con Francia, Italia o Japón. Decían que se unían para “mantener la paz internacional a través de la seguridad colectiva, el arbitraje de conflictos y el desarme”, eso decían, aunque en realidad se dedicaran a tomar decisiones sobre otros territorios sin contar con ellos.
Esta organización fracasó en sus propósitos, y no pudo evitar la II Guerra Mundial, tras la cual, en 1945 se creó otra nueva estructura llamada ONU con las mismas pretensiones de paz. Su función es “servir como foro global donde los países pueden reunirse, discutir problemas comunes como el cambio climático o las pandemias, encontrar soluciones conjuntas y actuar en base a acuerdos internacionales”. O al menos eso dicen, aunque en realidad eso son espacios donde se decide cuando conviene permanecer neutral o cuando intervenir para paralizar o alimentar un conflicto en función de la tajada que puedan sacar a cambio los Estados miembros dominantes, tajadas que se traducen en concesiones políticas, económicas o territoriales.
La ONU, formada actualmente por 193 Estados, admite en su funcionamiento ciertos privilegios de algunos países sobre otros, por ejemplo China, Estados Unidos, Francia, Rusia y el Reino Unido tienen poder de veto y pueden bloquear la aprobación de cualquier resolución importante que salga de su Asamblea General. Además hay dos Estados observadores permanentes: la Santa Sede y el Estado de Palestina, que tienen derecho a voz pero no a voto.
Pues bien, un día, mientras el imperio llamado “Británico” estaba ocupado en ganar la I Guerra Mundial estudiando la manera de seguir ampliando aún más sus dominios, tuvo una genial idea (para él y los suyos): “Uhmmm, tal vez si prometo a los árabes bajo dominio Otomano la creación de un Estado árabe unificado que incluya Palestina a cambio de que se rebelen contra ese vasto y poderoso imperio de corte islámico que los gobierna y que poseen el control de las rutas comerciales de la zona, esto me facilitaría extender mis tentáculos en esos territorios. Además… si prometo a los judíos, deseosos de conseguir un hogar donde instalarse, que puedan venir a vivir a los territorios árabes, me aseguraría el control de la zona apoyada por una población amistosa que contrarreste el nacionalismo árabe y además me podré ganar el apoyo de la comunidad judía en Europa que me ayudará a satisfacer mis intereses expansivos en la I Guerra Mundial. Sí, eso haré, parece un buen plan…”. Eso dijeron.
Sin embargo, este inteligente plan no se resolvió tal y como estaba previsto, porque el imperio llamado “Británico”, como buen imperio que era, sólo quería seguir dominando y ampliando su dominio y por eso tenía guardado un as bajo la manga: Al acabar la I Guerra Mundial, y con autorización de la Sociedad de las Naciones (acuérdate, la precursora de la actual ONU), el antiguo Imperio Otomano, que gobernaba las tierras árabes, fue repartido entre Reino Unido, a quien se le concedió Irak, Transjordania (hoy Jordania) y Palestina, olvidando la promesa hecha a los árabes, y Francia, a quien se le concedió el control de Siria y Líbano. Como veis los imperialistas siempre ganan, y se organizan y unen entre ellos para hacerse cada vez más grandes y poderosos.
El imperio llamado “Británico” ya poseía Egipto y el Canal de Suez, por lo que conseguir el dominio de Palestina reforzaba su poderío, al controlar la ruta comercial que le permitía comunicarse con sus otras posesiones en el Lejano Oriente. “Somos el mayor imperio colonial del mundo”, presumían, “y tendremos que seguir con nuestro plan para continuar con nuestro dominio”.
gobernó un territorio que en realidad no era suyo, que a su vez, de manera interesada, dio facilidades a otra comunidad para asentarte allí bajo su protección, dotándola de medios que la colocaban en una situación de superioridad económica y militar
Entonces, tras conseguir el dominio del territorio palestino en 1920, siguieron ampliando su plan imperialista, en esta ocasión para neutralizar el creciente sentimiento nacionalista árabe que podía complicarles su dominio en la zona: “Bajo nuestro imperio los judíos serán nuestros aliados, a cambio, el proyecto sionista podrá por fin llevarse a cabo en la tierra prometida por Dios a Abraham y sus descendientes, seguro que esto les pondrá muy contentos”. Y efectivamente así fue.
El plan fue como sigue: “Los colonos judíos podréis comprar tierras a los terratenientes árabes para facilitar vuestro asentamiento en la zona, podréis llevar a cabo un boicot a los productos locales palestinos, se os reconocerá el legítimo derecho a la defensa si encontráis resistencia a vuestros planes colonizadores, así que podréis llevar armas y disparar contra todo palestino que se resista, podréis tener una organización que os permita un gobierno propio y crearemos una Agencia Judía para Palestina para que todo sea más ágil. Todo esto permitirá el desalojo de campesinos, arrendatarios y aparceros árabes y en general el empobrecimiento de toda la sociedad árabe palestina, lo que os permitirá vía libre para la ocupación”.
Como era de esperar, esto provocó una gran tensión e inestabilidad que no hacía más que aumentar. La población árabe cada vez más enfadada, vivía este acelerado cambio demográfico, social, económico y cultural como una gran amenaza para su existencia lo que desembocó en una Gran Revuelta Árabe (1936-1939) que fue duramente reprimida por británicos y judíos dejando un gran número de muertos entre la población árabe, lo que no hizo más que elevar el clima de tensión en el territorio. Así que para mitigar un poco el conflicto, los británicos pusieron ciertos límites a la inmigración judía, pero este freno a la colonización judía hizo que los colonizadores amigos empezara a cuestionar al imperio llamado “Británico”, y todo fue a peor.
Al acabar la II Guerra Mundial la situación de conflicto era insostenible, así que el problema se trasladó a la ONU quien determinó lo siguiente: “Creemos dos estados, un Estado judío al que le concederemos el 54% del territorio (no importa que ahora mismo solo posean el 6%), y otro Estado palestino al que pondremos en desventaja concediéndole solo el 46%”.
Un año después, en 1948, los británicos cansados de tanta pelea, se retiraron de la zona, momento en que los líderes colonizadores judíos aprovecharon para declarar su independencia y proclamar el Estado de Israel.
Érase una vez un imperio llamado “Británico” que gobernó un territorio que en realidad no era suyo, que a su vez, de manera interesada, dio facilidades a otra comunidad para asentarte allí bajo su protección, dotándola de medios que la colocaban en una situación de superioridad económica y militar que les permitió un estatus de poder que les autorizaba a expulsar a la fuerza a la población árabe que existía allí mucho antes de que ambos (británicos y judíos) se apropiaran de la zona. Un plan de colonización que propició la proclamación de un Estado invasor llamado Israel y que, colorín colorado, culminó con un estado permanente de guerra y resistencia que aún no ha acabado. DIARIO Bahía de Cádiz