Cádiz se desangra en silencio. Mientras los titulares se centran en las ciudades vecinas, nuestra capital pierde peso, oportunidades y futuro. El reciente anuncio de que Cádiz no será sede del examen MIR es otro golpe más a una provincia históricamente olvidada. En su lugar, Sevilla, Granada y Málaga —todas ellas conectadas por AVE— acogen la prueba médica más importante del país. Nosotros, sin trenes dignos ni infraestructuras modernas, volvemos a quedar fuera del mapa.
La pregunta ya no es retórica: ¿puede Cádiz seguir sosteniendo la capitalidad de la provincia? La respuesta institucional es el silencio. Llevamos más de dos décadas reclamando, exigiendo, suplicando un nuevo hospital. Uno que esté a la altura de las necesidades de los gaditanos y gaditanas, y no el parche continuo que hoy representa el Puerta del Mar. ¿Cuánto más podremos resistir sin ser relegados definitivamente?
Mientras tanto, nos ofrecen humo disfrazado de progreso: 54 nuevos establecimientos hoteleros. Turistificación acelerada. Las tiendas de barrio desaparecen. Las zapaterías, librerías y comercios de siempre dan paso a una avalancha de tiendas de souvenirs —muchas, orientales— que no entienden la esencia gaditana. Para comprar ropa o artículos básicos, ya debemos salir de la ciudad. Porque en Cádiz se duerme, se fotografía, pero no se vive.
Y en este caldo de cultivo —de abandono, desafección y desigualdad—, crece el extremismo. Sí, Cádiz también ve cómo se asienta el malestar político y social, alimentado por la frustración de los que se sienten ignorados. El abandono institucional, el desmantelamiento de los servicios públicos y la precarización del día a día están calando hondo. Y no hay peor herida que la que no sangra, porque nadie parece verla.
Cádiz muere lentamente. No por casualidad, sino por dejadez. Por decisiones políticas, por falta de planificación, por olvido
Sé de lo que hablo. Acabo de ser operada el mismo día de mi cumpleaños. Todo un regalazo. Y lo digo sin ironía, porque tuve la suerte de estar en manos de un equipo humano y sanitario excepcional. Cirujanos, enfermeras, celadores… profesionales brillantes, vocacionales, empáticos, que lo dan todo cada día a pesar de los contratos precarios y los horarios inhumanos.
Pero también lo vi con mis propios ojos: salir de una cirugía general y pasar las horas de observación en una sala pegada a los contenedores con decenas de bolsas de ropa sucia, al lado de los carritos del servicio de limpieza. Vi cómo el personal pedía disculpas por no tener ni papel higiénico, tratando de justificar la escasez de recursos con una dignidad que no les corresponde asumir.
¿De quién es la responsabilidad de esta indignidad? Desde luego, no de quienes sostienen la sanidad pública con su esfuerzo diario. Ya tienen bastante con sobrevivir a un sistema que los maltrata mientras se les exige excelencia.
Cádiz muere lentamente. No por casualidad, sino por dejadez. Por decisiones políticas, por falta de planificación, por olvido. Morimos cuando no nos incluyen en decisiones nacionales. Morimos cuando nuestros jóvenes se marchan y no vuelven. Morimos cuando se prioriza el turismo por encima del tejido social.
Y ahora, ¿hacia dónde vamos?
¿Nos resignamos a ser una postal bonita con sabor a derrota?
¿O levantamos la voz, de una vez por todas? DIARIO Bahía de Cádiz