En demasiadas ocasiones al llegar a la edad adulta, tras ser atropellados y zarandeados por la vida, la inocencia es confundida con la ignorancia, la tontería o la ingenuidad. Hemos decidido dejarla atrás en el tiempo, en esa neblina de los recuerdos infantiles donde la memoria demuestra la enorme fragilidad de la conciencia humana. Convertimos, posiblemente sin querer, la madurez en el triunfo del cinismo iluminado por la manipulación.
Y no debemos confundir este candor con la ausencia de experiencia, pues se asemeja más a la capacidad de confrontar con la realidad desde un bagaje personal cuya sombra es la melancolía. Les contaré un cuento.
El alma de la ciudad Oscura, aquella cuyo caparazón era de hormigón y el frío de su artificialidad se extendía por el espíritu de sus ciudadanos, estaba repleta de estrés, prisas y desilusiones. En esa ciudad habitaba una niña llamada Armonía. Su edad era desconocida quedando reflejada en esos ojos de niebla esmeralda donde la lluvia clara esperaba. Para ella todo poseía sentido pero más aún sentimientos.
Una piedra no era dureza sino la esperanza de ser tallada o recogida y abrazada, su piel pulida, por las manos húmedas del río de la vida. Su lugar preferido para jugar era un terreno baldío donde una amapola luchaba por sobrevivir o más bien hacía brillar dicho lugar. Allí sus pétalos le susurraban historias al oído y un ligero aroma a hierbabuena y primavera sus cabellos acariciaba.
Un día sentada junto al rojo de la pasión, tras el enfado de unas nubes que el suelo dejaron embarrado, allá a los lejos algo vislumbró. Más bien intuyó. Con la curiosidad de la inocencia casi recién nacida, hacia ello rápido caminó. Era una vieja jaula que algún día el color y el canto aprisionó. Estructura de madera apolillada y unos pobres barrote oxidados que otrora por la luz debieron ser acompañados. Ahora tan solo vacío y oxido contenía.
la inocencia debe ser apasionada, incluso radical, valiente e inconsciente sin temor a errar
Pasó por allí un señor mayor que no pudo dejar de preguntar: “¿Qué haces con eso pequeña? ¡Tíralo, no es más que basura!”. Su tono era imperativo, con la brusquedad que parece conceder el cansancio de la vida al dirigirse al inicio del camino. Armonía lo miró. Con delicadeza contestó: “No es basura, sino evocación de algo que no debió ser y ahora es lo que siempre hubo de ser”.
El señor airado gruñó, casi gritando ordenó: “¡Tira ya la jaula, no sabes lo que dices!”. La pequeña con tranquilidad respondía: “Soy yo la que mira, la misma que dota de sentido cuanto a usted le saca de quicio, y quien sin orgullo le dice que nos soy yo quien se envuelve en la ignorancia sino aquel que utiliza la razón desnuda de sensibilidad”. Visiblemente irritado espetó: “¡No seas maleducada, ni tonterías digas! ¡Obedece y calla!”.
“Aunque me vistiera de silencio, mi cabeza bajara y la jaula tirará, usted seguiría molesto porque en algún momento comprendería que no soy yo la causa de su enojo sino el deseo inalcanzable de su corazón por poder ver lo que veo. Un elogio a la libertad donde el trino alguna vez encontró consuelo, que ya no tiene puertas y menos aún proyecta desesperanza de donde el olvido voló hace tiempo y encierra la verdad”. La inocencia debe ser apasionada, incluso radical, valiente e inconsciente sin temor a errar.
No puedo concluir sin citar a Soul Etspes: “¡Las cosas qué pasan cuándo pasan las cosas!”. DIARIO Bahía de Cádiz










