Se fue el verano, avanza el otoño, y los hábitos y ritmos empiezan a cambiar: toca guardar en el altillo las toallas de playa, cremas solares, bikinis y bañadores… aunque mejor dejamos alguno en el cajón por si la primavera regresa acalorada (con el cambio climático, no se sabe). Es tiempo ya de buscarse una rebequita al bajar a la calle por si refresca temprano y al anochecer, y de ir sustituyendo en la cocina los gazpachos fresquitos por potajes y pucheros ardientes con todos sus avíos.
La luz se vuelve más anodina, las plazoletas y terrazas se vacían un poco antes y el cuerpo grita calma tras un mes de agosto agotador de ¿vacaciones? de plan en plan. Incluso ya hay fines de semana en los que el cielo se tiñe de gris, el aire huele a lluvia y tras el ajetreo estresante y rutinario de lunes a viernes, apetece rehuir de amigos, pareja o familia: apetece quedarse en casa, apetece no hacer nada. Y no hace falta mucho para lograrlo: apagar el dichoso móvil, un libro absorbente o una serie pendiente, un sofá no muy incómodo, y una manta que invite a envolverse en ella, a dejar pasar la vida, sin prisa.
Es que hay placeres sencillos que no necesitan explicación. Taparse con una mantita cuando bajan las temperaturas y el frío se hace notar, es uno de ellos. Aunque en Cádiz frío frío… aquí no hace frío, hace humedad. Es casi un acto instintivo, como si el cuerpo recordara que, al abrigarse, también se protege de todo lo que queda afuera, de un mundo cada día más inmundo e invivible.
Pero mantita, sí. Es una pereza cargar hasta el salón la voluminosa manta que pesa media tonelada colocada en la cama de matrimonio. Así, no hay nada más práctico que las mantas sofá: piezas versátiles para acurrucarse cómodamente, pero también para proteger el sofá de manchas y desgaste, y sobre todo darle ese toque único a tu hogar, dulce hogar.
Aunque sean apenas 25 metros cuadrados con desconchones y gotelé en las paredes, una lavadora que remueve los cimientos al centrifugar, y el casero rentista se lleve cada mes tres cuartos de tu sueldo, es tu hogar, tu refugio. Y más cuando te metes bajo esa mantas para sofá que no solo da calor: aporta textura, color y una sensación inmediata de casa. Tu casa.
Una manta para cada gusto
Como cada persona, cada manta tiene su carácter. Los más frioleros prefieren la clásica de lana, gruesa y cálida, la de toda la vida. Otros se inclinan por la suavidad casi aterciopelada de la coralina o la sedalina, con ese tacto que parece un abrazo. Están también las de terciopelo, y su aire elegante, o las polares, mullidas y ligeras, perfectas para los que buscan calidez sin renunciar a la comodidad.
Por ejemplo, en Rufino Díaz (veterana firma nacida en los años 70 del siglo pasado, y hoy un referente nacional en el comercio electrónico del sector textil para el hogar) el catálogo de mantas para sofá es extenso, unas mantas que se adaptan a todas las estaciones y estilos de decoración.
Las hay de tonos neutros que armonizan con cualquier ambiente, y otras con estampados atrevidos que ponen un punto de color incluso en los días más negros. La sedalina añade un toque sofisticado al salón, la lana conserva la tradición y la coralina conquista por su suavidad. Existe una manta para cada gusto, para cada momento, y para cada bolsillo. Decidirse por esta o aquella es más que una mera cuestión práctica. Con el tiempo, se vuelven parte del paisaje emocional del saloncito.
Y es que la manta para sofá se puede llegar a convertir en casi protagonista de una habitación invernal. Una pieza pequeña (o varias, para que no haya pelea con la pareja y/o los críos) que cambia la atmósfera de la estancia: es ese toque de color que rompe la monotonía y el elemento que invita a desconectar, al descanso. Una manta doblada sobre el brazo de ese sofá castigado por horas de Netflix y de modorras domingueras, lista para desplegarse, habla de calidez y de casa vivida.
Algo más que un objeto
Además, una buena manta (en diseño y funcionalidad) como las que ofertan en Rufino Díaz, merece durar muchas temporadas. Con unos cuidados básicos, puede acompañarte año tras año. Lavarlas con agua fría, en programas cortos y delicados, usar detergentes suaves y dejarlas secar al aire son gestos que mantienen su textura intacta. Encima, hay algo casi poético en su lavado: cuidar lo que nos cuida.
Quizá el otoño/invierno gaditano no sea extremo al ser casi una isla, pero regala ese contraste de días de sol en manga corta y noches que invitan a recogerse. Y cuando el frío se cuela y el poniente se pone bravo, aunque sea por unos días en diciembre, enero o febrero, con los carnavales de fondo, el plan es sencillo y perfecto: sofá, manta y… por qué no, aburrirse.
Porque una manta para sofá, esa cómplice discreta, no es solo un objeto, las hay que guardan historias cotidianas y ratos felices, no siempre hace falta subir al Everest a la pata coja para sentirse pleno: siestas sin bullas, películas sustanciosas compartidas, noches de sábado de tonteo e intimidad, meriendas improvisadas y risas, charlas necesarias y confidentes. Taparse con ella es la forma más sencilla de decir me arropo, me quedo… en mi mundo. Todo lo demás puede esperar.














