La adicción a los medicamentos tiene una cara discreta. No hay jeringuillas, ni callejones, ni fiestas largas que terminan mal. Hay recetas, indicaciones médicas y una rutina que empieza como algo normal. Pastillas para dormir, para el dolor, para la ansiedad. Y sin darse cuenta, lo que un día sirvió de ayuda se convierte en una trampa difícil de romper.
No se habla tanto de este tema como de otras adicciones, quizá porque socialmente cuesta reconocerlo. Pero lo cierto es que cada vez más personas en España -y especialmente en ciertos grupos de edad- se enfrentan al reto de rehabilitarse de una adicción que empieza en la farmacia.
No empieza con una sobredosis
A diferencia de otras sustancias, los medicamentos legales vienen con instrucciones. Y eso crea una falsa sensación de control. Pero nadie se engancha a base de leer el prospecto. Lo que pasa, normalmente, es que el cuerpo se acostumbra. Y cuando el efecto ya no es el mismo, se sube la dosis. A veces por cuenta propia, otras porque se pide una receta más fuerte. Y lo que antes se tomaba de forma ocasional se convierte en una rutina diaria.
Los más habituales son los ansiolíticos, los hipnóticos y los analgésicos opioides. Todos ellos con efectos inmediatos y, en muchos casos, con prescripciones médicas legítimas. Pero el problema no está solo en cómo se recetan, sino en cómo se mantienen. Porque una cosa es un tratamiento puntual, y otra muy distinta es llevar años dependiendo de una pastilla para poder dormir o salir a la calle sin ansiedad.
El perfil cambia, pero el problema es el mismo
Mucha gente imagina que una persona con adicción es alguien al margen del sistema. Pero en este caso, no es raro ver adultos que trabajan, que cuidan de su familia, que cumplen con sus responsabilidades y que, sin embargo, no pueden dejar de tomar ciertas pastillas. El perfil es variado, pero con frecuencia son mujeres de mediana edad, personas con problemas crónicos de salud o mayores que arrastran años de prescripciones encadenadas.
También hay jóvenes que, tras una lesión deportiva o un momento complicado, reciben ansiolíticos o calmantes y terminan dependiendo de ellos. Lo que empieza como algo médico acaba siendo emocional. Ya no se toma el medicamento para tratar un síntoma físico, sino para sobrellevar el día.
El miedo a dejarlo
Uno de los grandes obstáculos para rehabilitarse de una adicción a medicamentos es el miedo al síndrome de abstinencia. Y con razón. Porque los síntomas pueden ser físicos (temblores, insomnio, taquicardias) pero también psicológicos (ansiedad, irritabilidad, ataques de pánico). Por eso, dejar estas sustancias no es solo cuestión de fuerza de voluntad. Es un proceso que debe hacerse acompañado y con supervisión médica.
Los buenos programas de deshabituación lo entienden así: no se trata de cortar de golpe, sino de reducir progresivamente, ajustar la medicación y trabajar en paralelo la parte emocional. Porque muchas veces la pastilla no es el problema, sino la única herramienta que la persona tiene para lidiar con el estrés, el insomnio o el dolor.
La terapia también es parte del tratamiento
Aunque el origen sea farmacológico, la recuperación no puede limitarse a lo físico. La parte terapéutica es fundamental. Identificar patrones, entender qué hay detrás del consumo, aprender a manejar situaciones sin recurrir al medicamento. Esa es la parte que realmente marca la diferencia a largo plazo.
Y para eso se necesita un espacio seguro. Ya sea en un centro especializado, en terapia individual o en grupos de apoyo, lo importante es que la persona sienta que no está sola. Porque el aislamiento es uno de los grandes aliados de cualquier adicción. Cuanto más oculta está, más difícil es romperla.
Reaprender a vivir sin la pastilla
Uno de los desafíos más grandes al dejar un medicamento del que se ha dependido mucho tiempo es la sensación de vacío. No es solo física, es una especie de desconcierto. ¿Y ahora cómo duermo? ¿Cómo manejo el dolor? ¿Qué hago cuando tengo ansiedad?
Aquí es donde entra la parte más práctica del tratamiento. Técnicas de relajación, herramientas de gestión emocional, hábitos de sueño, ejercicio, alimentación… No como soluciones mágicas, sino como parte de un nuevo equilibrio. Porque lo que se busca no es solo dejar el medicamento, sino recuperar una vida más libre, más autónoma, más consciente.
Lo más duro es reconocer que hay un problema. Sobre todo cuando todo parece “legal” y “normal”. Pero una vez que se da ese paso, el camino existe. Hay formas de rehabilitarse de una adicción sin que el cuerpo ni la mente se sientan desamparados. Con el acompañamiento adecuado, es posible reconstruir una rutina donde la farmacia no sea el centro.
Y lo más importante: se puede hacer sin sentirse culpable por haber llegado hasta ahí. Porque no se trata de juzgar, sino de entender y actuar.