Pues no, no cerramos. Seguimos. Que quede clarito desde la primera línea, sin sorpresas ni giros de guion estrambóticos en el remate de esta cavilación-confesión anual editorializada por nuestro cumpleaños, que bien pudiera tener su versión pasodoble tragicómico populista-efectista, para levantar al Falla. Aunque sea más de lo de siempre (somos cabezotas, sí). Nada ni cercano a lo que puedes encontrar en la página setenta y tres de un libro estándar de autoayuda sobre resiliencia. Los mismos lloros con más o menos esdrújulas.
Aquí seguimos, veintiún años después. Con constancia desconcertante. Sin bullas, sin churros. A pesar de todo (y de algunos y algunas). Y gracias a muchos y muchas. Seguimos, seguimos escribiendo, seguimos fotografiando, seguimos publicando, seguimos informando, seguimos vivitos y coleando obsesionados con nuestro rincón al sur del sur, nuestra Cádiz y su Bahía mancomunada. Y seguimos hartos, hoy más que ayer.
Seguimos, con la mochila cargada de titubeos y desengaños (y de algún rato reconfortante, claro), nada que ver con aquel estimulante 7 de julio de 2004 en el que formalmente empujamos un prehistórico DIARIO Bahía de Cádiz desde la nada y sin mecenazgo ni aliento de naide al abismo de los interneses de aquel momento en el que todavía mandaban el papel y los SMS en los teléfonos (quedaban unos añitos para el boom de las redes asociales, los creadores de contenidos/influencers random brotando como setas, la IA supremacista y los móviles absorbentes de pulgares, mentes y de tiempo). Veintiún veranos después, con más café, achaques y canas que esperanza en el periodismo, y el presente-futuro en general, seguimos.
Seguimos sin certezas absolutas, sin estrategias de crecimiento espectaculares, sin un manual de estilo infalible. Simplemente seguimos siendo un puñado de periodistas, de periodistas humanos (con sus penas y alegrías, sus dolores, sus taras, sus hambres, sus mundos de Yupi y convicciones…), tratando de sacar un periódico supralocal digno cada noche en un planeta agotado (en forma y fondo) que se encamina al colapso, con exceso de lucecitas, ruido, toxicidad, crispación interesada y paja para que estés entretenido: guerras artificiales para justificar una carrera armamentística tan irracional como rentable para el cáncer capitalista; el genocidio a gritos silenciado del pueblo palestino; la derechización, infantilización e idiotización de la masa acrítica que también vota; la batalla cultural-mediática ganada por odiadores profesionales; aquello del “ni de izquierdas ni de derechas”…
Seguimos cocinando (casi) cada jornada un puchero íntegro con todos sus avíos que no se parezca en nada a lo que nos asquea y avergüenza dentro del sector que compartimos (y en el que ¿competimos?, junto a demasiada pseudo-prensa cebada de clicks y subvencionada), aún siendo conscientes de que elegimos el camino equivocado.
seguimos sin certezas absolutas, sin estrategias de crecimiento espectaculares, sin un manual de estilo infalible. Simplemente seguimos siendo un puñado de periodistas, de periodistas humanos
Apostando por el contexto. Sin trampas y desafiando los algoritmos. Sin el ChatGPT redactando por nosotros en tres segundos. Sin el SEO decidiendo, optimizando y prostituyendo nuestros titulares (“búscate… te sorprenderá… el producto de Mercadona que arrasa…”). Esquivando esas notas de prensa político-propagandísticas que sabiendo de la precariedad existente empujan a que copies y pegues con la nariz tapada, para ganarte palmaditas en la espalda y publicidad institucional-chantajista. Y no las copiamos. O no siempre.
Sin vender humo ni virales reciclados, ni otro contenido vacío e insustancial que te atrae der tirón cientos de mirones fugaces, que no volverán. Nos negamos a escribir para Google. Escribimos para quien todavía lee, esos lectores de noticias (nada de picaflores de titulares capciosos) ya casi en peligro de extinción como el leopardo de las nieves o el guacamayo azul. Aunque a veces parezca que berreamos en un desierto.
Sin ser modernos, ni bailecitos en TikTok, ni departamento de marketing, y odiando mucho a los servidores que se caen porque sí y a los informáticos cuadriculados sin explicaciones que te culpan porque sí, también. Cenando cada noche mortadela y cuando hay beneficios, encantados de pagar impuestos. Quizá por eso más de dos décadas después seguimos siendo más pequeños que grandes, un islote ¿a la deriva? Pero seguimos, seguimos siendo humanos.
Humanos desbordados en esta selva enmierdecida digital-mediática, pero tozudos; sin tiempo, jodidos, hastiados, desmotivados, desorientados adrede, pensando en tirar la toalla cada martes, y en pasar a sobrevivir abriendo la enésima tienda cuqui de tartas de queso o girando de feria en feria en lo alto de una food truck de esas destartalada ofreciendo hamburguesas a precio de oro grasientas y pringosas.
todavía hay algo que nos espolea para seguir. No sabemos qué ni hasta cuándo. No sabemos si es terquedad, nostalgia o convicción. O comodidad mentirosa. O miedo al cambio sin red. O es que somos humanos
Pero no, aquí seguimos, 7.670 días después de aquel número cero de este periódico (y 5.299 ediciones al aire). Todavía hay algo que nos espolea para seguir. No sabemos qué ni hasta cuándo. No sabemos si es terquedad, nostalgia o convicción. O comodidad mentirosa. O miedo al cambio sin red. O simplemente es que somos humanos: el ser humano es el único animal que tropieza veintiuna veces con la misma piedra, como dice el proverbio, ¿no?
Si dejamos de hacer el periodismo independiente que hacemos (con nuestras muchas limitaciones, errores, torpezas, empanamientos, textos kilométricos, titulares infinitos… pero desde la honestidad, apegado a la tierra, sin morbo, sin vendettas) para entender(nos) y explicar(nos) nuestra Bahía, nadie vendrá a hacerlo como nosotros. ¿Mejor?, no sabemos. Igual, no.
Lo que hacemos (bien, mal y regulero), lo hacemos de verdad. Con compromiso visceral, antifascismo y sin equivocarnos de bando ni trinchera. Sin que se tambalee nuestra profesionalidad, avalada. Sin postureo. Oficialistas cuando toca y contrahegemónicos cuando duele. Cansados y ojerosos, sí, no lo escondemos. Pecamos también de sinceros. No somos robots ni vendedores de información a granel. Somos humanos. Y no sabemos fingir entusiasmo cuando no lo sentimos.
no somos robots ni vendedores de información a granel. Somos humanos. Y no sabemos fingir entusiasmo cuando no lo sentimos
Orgullosos, eso sí. Aunque no creemos que haya mucho que celebrar. En este primer cuarto de siglo XXI ya consumido (y en nuestro mundillo) no hay nada que festejar hoy (guarda los papelillos, Juan). Salvo que… seguimos, veintiún julios después. Aunque no estemos de moda. Aunque no sigamos las modas. Seguimos. Como Sobrino reliándose consigo mismo y el balón para avanzar cinco metros por la banda del Nuevo Mirandilla, y perderla; como esa chirigota raruna e insistente de Sabajanes que no pasa el corte de preliminares cada febrero, pero luego la lía en una esquina del Mentidero rodeada de familia y amigos y algún foráneo despistado. Sin premio gordo, pero la conciencia tranquila.
¿Seguimos, entonces? Seguimos, mamá, pese al levante de tres palitos y al poniente. Queda mucho por contar, y hasta asumimos que tendremos que empezar alguna tarde a contar(nos) de otra manera, no quedará otra, las potenciales audiencias de hoy/mañana no son las de ayer.
¿Qué imaginamos ser aquel lejano e imberbe 2004, qué queremos ser, qué somos? Fuimos, seremos, somos… humanos. Dudamos. Somos Bahía. Resistimos. Dany Rodway