CARTA AL DIRECTOR enviada por: Elena Cies, de Puerto Real
Llevo enferma toda mi vida. Una vida que no entendía que no era del todo mía hasta que fui más mayor y más consciente de lo que estaba ocurriendo. He pasado por todas las etapas vitales con una enfermedad renal crónica: niña, adolescente y ahora adulta. Ver un niño conectado a una máquina de diálisis es mucho más doloroso que ver a un adulto, pero ese niño se convertirá en un adulto que, si Dios quiere, ya se habrá trasplantado y dejará atrás la máquina. Pero en la enfermedad renal todo vuelve, de una forma u otra, todo vuelve.
Es una enfermedad silenciosa. Llama a la puerta y ni si quiera la oyes llamar. A simple vista no es perceptible, no es distinguible en aquellas personas que la tienen. Vivir una vida “relativamente normal” es a lo que estamos destinados a vivir las personas con este tipo de enfermedad. Porque sí es vida, pero es más relativa que normal.
Cuando llega la hora y tu riñón ya dañado o trasplantado llega a su límite sobrevives gracias a estas máquinas. Lo que tus riñones deberían hacer por ti, lo hacen ellas que son las que te mantienen literalmente con vida, limpiando tu organismo y quitándote todo ese líquido que no puedes expulsar.
No somos superhéroes porque no llevamos capa, pero esto nos sirve como entrenamiento. Somos padres y madres, abuelos y abuelas, niños y niñas que sufren esta enfermedad que no discrimina. Donar órganos es regalarle otra oportunidad a un niño que será adulto gracias a este gesto y a adultos que podrán volver a jugar con sus hijos o nietos. Donar regala vida. DIARIO Bahía de Cádiz