CARTA AL DIRECTOR enviada por: Juan Bautista Ginés (de UGT Sevilla)
En la carrera por captar votos, los partidos han convertido la política en un terreno de trampas, bulos y confrontación permanente. El daño no se mide en sondeos, se mide en confianza perdida y en una democracia cada vez más frágil.
Cada campaña electoral repite la misma escena: partidos volcados en calles, televisiones y redes sociales con un único objetivo, arañar votos como si fueran monedas escondidas bajo las piedras. La competencia es legítima, incluso necesaria en democracia; lo que ya no lo es tanto es la forma en que se libra esa batalla.
Lo que debería ser un intercambio de ideas se ha convertido en una lucha descarnada donde la propaganda sustituye al argumento, la descalificación al debate y el bulo a la propuesta. Los partidos se presentan como guardianes de la moral cívica mientras manipulan datos, distorsionan declaraciones y fabrican enemigos imaginarios para movilizar a los suyos. Eso no es picardía electoral: es competencia desleal.
El problema no está solo en la trampa, sino en el mensaje que se transmite: que todo vale, que lo importante es ganar aunque sea a costa de las reglas. Y cuando esa lógica se normaliza, quien paga el precio no es un partido, sino el sistema democrático en su conjunto.
La democracia se sustenta en la confianza. Esa confianza se resquebraja cuando la mentira se convierte en estrategia y el enfrentamiento en negocio. Cuando el adversario pasa a ser enemigo, desaparece el diálogo y con él los puentes que hacen posible la gobernabilidad. El resultado es una ciudadanía desencantada que percibe que votar no sirve de nada o, peor aún, que votar es participar en una farsa.
Paradójicamente, en su obsesión por rascar votos inmediatos, los partidos hipotecan el futuro de la política. Un sistema en el que nadie cree en nada, en el que cada campaña se convierte en guerra sucia y en el que las instituciones se usan como armas arrojadizas, es un sistema condenado al descrédito.
La pregunta es clara, ¿hasta qué punto estamos dispuestos a tolerar esta degradación? La democracia no se destruye de un día para otro, se desgasta poco a poco, voto a voto, titular a titular, hasta que lo único que queda es una cáscara vacía, una apariencia de participación sin contenido ni respeto.
Quizás haya llegado el momento de exigir que la política vuelva a ser lo que nunca debió dejar de ser: un espacio de confrontación de ideas, no de trampas; de proyectos de país, no de insultos; de transparencia, no de sombras. Porque arañar votos a cualquier precio no es competir, es jugar con fuego. Y ese incendio puede terminar consumiendo la casa de todos y con nuestra democracia. DIARIO Bahía de Cádiz