CARTA AL DIRECTOR enviada por: Félix García Ortiz de Galisteo
Hay palabras que son como carcasas para los teléfonos móviles: tienen buen aspecto y un diseño a la moda, pero no sirven para nada si no van acompañadas del contenido que protegen. De esos términos están repletos los discursos de los políticos; quizá sea porque, como parte de sus labores de protectores del pueblo y su cultura, se encargan de hacer como los ganaderos con el toro de lidia cuando dicen que si no los sacan al ruedo de vez en cuando para que le den un pinchazo, terminan desapareciendo.
Entre las más bonitas de las carcasas (peleando por el liderato con “transparencia” y “sostenibilidad”), destaca la aguda “inclusión”. No termina esta sociedad de entender qué hay detrás de esas nueve letras y qué la diferencia de vocablos del siglo pasado como “integración” o “segregación”, pero es que tampoco lo hacen sus líderes.
Y a mí me entran escalofríos cuando leo, en el otro diario, que la nueva zona de juegos infantiles con temática marinera de La Magdalena en San Fernando se repartirá, en cuatro partes, de la siguiente manera: Zona Aventura, para mayores de 12 años (le dedican 114 palabras en la noticia), la zona Almacén y Taller, también para mayores de 12 años (descrita con 39 palabras), la zona Astillero, para menores de 12 años (45 palabritas) y la cuarta área que “estará formada por juegos inclusivos”. Y para de contar.
Así que, como las empresas tienen hasta el 15 de diciembre para presentar sus ofertas a la licitación y seguro que ahora mismo se están rascando con el dedo índice la cima del coco hasta llegar al cráneo preguntándose qué es lo que piden, escribo el siguiente mensaje, lo meto en una botella, y lo lanzo al mar por si lo recoge alguien en la zona Astillero, el Almacén, el Taller o, por si finalmente llega un tsunami suavecito y lo deja a las puertas del edificio ese tan guapo que hay en la plaza del Rey: delimitar un espacio para las personas con cualquier necesidad específica no es inclusión.
Pongo un ejemplo para que se vea más claro. Vais a comer a un restaurante un grupo de 20 amigos y cinco son personas celiacas. Os dice el dueño que no hay problema y os propone dos soluciones. La primera es que puede abrir un salón para que, quienes no pueden tomar gluten, almuercen juntos y separados de los restantes sin riesgo de contaminarse. Una opción integradora y con buena voluntad, pero el encuentro pierde la gracia. La segunda es algo distinta: preparar un menú especial que podáis ingerir todos y todas en la misma mesa. Seguro que así se entiende.
Incluir es contar con las características de todos y todas a la hora de diseñar los espacios, eliminar las barreras y promover el encuentro entre personas con y sin discapacidad en igualdad de condiciones. Si no va a ser así, llámalo “zona adaptada”, “área accesible” o como sea que te sugiera Chat-GPT, pero no sigas sacando a pasear el comodín de la inclusión cada vez que quede un hueco por rellenar. DIARIO Bahía de Cádiz













