CARTA AL DIRECTOR enviada por: Sergio Louro Fustes, de Estocolmo
Querido amigo. Te leo con respeto y conmovido por la fuerza de tus palabras. Entiendo la rabia, la impotencia y el dolor que se perciben detrás de tu texto. Son emociones humanas, y sería hipócrita fingir que no las compartimos ante tanta injusticia. Pero creo, humildemente, que es precisamente en esos momentos -cuando todo arde por dentro- cuando la razón y la templanza se vuelven más necesarias que nunca.
Platón decía que la justicia es la armonía del alma, el equilibrio entre la razón, el valor y el deseo. Cuando la razón gobierna, hay orden y claridad; cuando la ira manda, la justicia se corrompe y el alma se desordena. Responder al crimen con el mismo tipo de crimen no nos hace justos: nos hace reflejo del agresor. La venganza no repara, solo prolonga la herida.
Los estoicos añadieron algo esencial: que no podemos controlar lo que sucede, pero sí cómo respondemos. Epicteto insistía en que nada puede dañar verdaderamente al alma virtuosa salvo sus propias pasiones. Séneca llamaba a la ira “una breve locura”. Y es cierto: cuando la cólera nos gobierna, perdemos el dominio de nosotros mismos.
Por eso, formar una personalidad fuerte no es reaccionar con más furia, sino aprender a dominarla. No somos animales que actúan por impulso, no somos perros que se lanzan sobre el primer cojín que se mueve. Somos seres racionales, capaces de sentir dolor y, aun así, elegir no multiplicarlo.
La fortaleza no está en destruir, sino en conservar la razón cuando todo invita a perderla. Quien domina su ira no es débil: es rico y libre. Porque la libertad más profunda no consiste en hacer lo que uno quiere, sino en no ser esclavo de lo que uno siente. DIARIO Bahía de Cádiz