CRÍTICA. La Plaza del Diamante de Mercè Rodoreda se desarrolla –novela y su versión teatral– en Barcelona, desde los albores de la guerra civil española hasta los años de la posguerra. Cuenta la historia de Natalia ‘La Colometa’ quien ve partir y morir a sus seres queridos –también a su primer marido ‘El Quimet’–, pasa hambre y miseria y se ve muchas veces incapaz de sacar adelante a sus hijos. Tras un período de miserias y penurias, Colometa se aferra a la vida gracias a la bondad del dueño del colmado donde trabaja. Finalmente, se casa con ‘El Antoni’ y logra sobrevivir.
La obra teatral, vista días atrás en el Teatro Pedro Muñoz Seca de El Puerto, se presenta como un duro monólogo interior, con la protagonista sentada en un banco de la plaza, inamovible y casi en penumbra, con leves cambios de luces para atenuar la monotonía del monólogo del personaje interpretado por Lolita Flores. El minimalismo escénico refuerza el dramatismo del monólogo a costa de un hieratismo gestual, a veces irritante, que consigue sin embargo un efecto inusual en el único momento que la protagonista se levanta. El único momento de la obra en el que la Colometa de Lolita Flores me conmovió.
Ella, al natural, sabe llegar al corazón del público; le basta por ejemplo el recuerdo a su hermano en las palabras de agradecimiento al final de la función para poner un nudo en la garganta de todos. Aunque uno quisiera entrar en el círculo de quienes consideran un éxito su versión de La plaza del Diamante –si por versión se considera no sólo la adaptación textual, también su interpretación–, la considero una propuesta de buenas intenciones adaptada con gusto y sensibilidad, pero que falla esencialmente en la idoneidad de la actriz para tal empresa.
Claro que basta destacar solo las virtudes y méritos aportados por los participantes en la puesta en escena para que se aporte una visión positiva y laudatoria de la adaptación de Joan Ollé. Así podría hacer; habría dado continuidad entonces a la atávica costumbre de simpatizar con el artista, tanto como para omitir sus debilidades y no señalar sus defectos. Hubiese bastado hurtar los puntos oscuros de esta Plaza del Diamante de Lolita Flores; tan oscuro como la ambientación de la obra en algunos pasajes, para continuar con la tradición de alabar al famoso precisamente por ser famoso; como en el cuento del rey desnudo hubiera mantenido el pábilo encendido a mayor honra de Lolita, sin duda merecedora de elogios en muchos aspectos y que me cae muy bien, pero no hubiese sido justo con el público. Ni con ella.
“Yo sé que soy una actriz intrusa. Pero también sé que soy buena actriz”, se dice de sí misma. No se trata de capacidad, sino de idoneidad. No dudo que tiene madera, pero no es la actriz todoterreno que se adapta a cualquier personaje, o que consigue una transformación camaleónica del personaje hasta convertirlo en sí misma. Quizás el problema sea que el personaje de Colometa no se compadece con la voz de Lolita Flores; una voz sufrida y que sufre por no poder expresarse en otros terrenos. Una voz quebrada, con vocales débiles en total ausencia, con finales de frase acelerados y casi inaudibles que articula un discurso entrecortado y antipático. Añadamos dosis a granel de toses y carraspeos en el público para entender por qué añoré tanto la tranquilidad de la lectura reposada de la novela.
Como agradecimiento a las bonitas y sentidas palabras que Lolita Flores dedicó al público de El Puerto de Santa María, me hago eco de otras formas de valorar su interpretación y en ese sentido “me gustaría darle las gracias por el valor que ha tenido de meterse así, con tanto ahínco, con tanta fe, con tanta voluntad, con tanto arrojo en la piel de Colometa”. DIARIO Bahía de Cádiz Francisco Mesa
FICHA DEL ESPECTÁCULO:
‘La Plaza del Diamante’ de Mercé Rodoreda.
Joan Ollé, adaptación teatral. Lolita Flores, actriz. Ana López, vestuario. Pascal Comelade, música. Lionel Spycher, iluminación.
Lugar y día: Teatro Municipal Pedro Muñoz Seca de El Puerto de Santa María, 30 de mayo de 2015. Asistencia: lleno.