“El estado general de Andalucía, sus costumbres,
el régimen de la propiedad y del gran cultivo, la tradición del bandolerismo que
se ha conservado, sin contar con la miseria y el hambre de los últimos años,
serían suficientes, en muchos puntos, para explicar la explosión de una crisis
que no tiene nada que ver de súbito ni tampoco de misterioso. El espanto causado
por las primeras revelaciones ha podido, de igual forma, extraviar en una falsa
pista a bastantes espíritus alarmados y hacerlos ver concialiábulos secretos y
criminales en las reuniones que autoriza la Ley de 1881 concerniente a la
Federación, regularmente establecida, de los trabajadores españoles. La Mano
Negra no me parece que sea más que un nombre nuevo para un malestar que desde
hace mucho tiempo agita e inquieta las provincias meridionales andaluzas”. Esta
reflexión del marqués des Moulins, embajador francés en España en 1883, nos
dibuja las circunstancias que propiciaron el desencadenante de los sucesos, en
una etapa conocida como la Restauración.
“Un nombre nuevo para un
malestar que desde hace mucho tiempo agita e inquieta las provincias
andaluzas”
Una Restauración que sobrevino gracias al
pronunciamiento militar de Arsenio Martínez Campos, el 29 de diciembre de 1874.
Un pronunciamiento que devuelve la monarquía española a la dinastía borbónica,
personificada en Alfonso XII, y que fue encauzada por la vía civilista por
Antonio Cánovas del Castillo, el cual durante el primer quinquenio actuó de
forma autoritaria.
Los dos pilares básicos del nuevo régimen instaurado fueron una Constitución
moderada (1876), que no impidió el sufragio universal pero otorgaba al monarca
numerosas prerrogativas, y un sistema político turnista, denominado sistema
canovista, fundamentado en la alternancia en el poder de los dos principales
partidos, el conservador –liderado por Canovas– y el liberal –representado por
Sagasta.
La alternancia
entre conservadores y liberales, casi con igual duración, resultaba perfecta.
Sin embargo, tal regularidad escondía la presencia real de un sistema
parlamentario viciado por el caciquismo, que al pervertir los resultados
electorales imponía gobiernos desde arriba, de acuerdo con los intereses de una
minoría oligárquica.
En el
terreno económico, la década de
1880 resultó, en líneas generales, claramente positiva para el país. Los motores
socio-económicos giraron especialmente, dentro de una economía fundamentalmente
rural, sobre las burguesías: textil (catalana), harinera (castellana), ferretera
(vasca), vinatera (andaluza y manchega y la de las cuencas del Ebro y del Duero)
y comerciante (mediterránea).
En cuanto
al componente social, estos años ‘bobos’ –tal y como los llamó Benito Pérez
Galdós– presentan una nueva
clase burguesa; nuevos ricos que se hicieron presentes de forma ostentosa en la
sociedad del fin de siglo. Una burguesía que en algunos casos consiguió incluso
títulos nobiliarios.
Mientras, a su lado, se fue desarrollando, especialmente en las zonas más
industrializadas (Cataluña o Madrid), un obrerismo cada vez más numeroso,
organizado y reivindicativo. Sobresalía especialmente el anarquismo, casi
siempre ilegalizado, por su cuantía y grado de agresividad, que en situaciones
críticas recurrió a la propaganda 'por el hecho', o sea, a actos terroristas.
También el socialismo, a partir de 1879 consiguió establecer su primer núcleo
organizativo, especialmente en el área madrileña.
Este desequilibrio entre las clases sociales, debido a la casi inexistencia de
la clase media, condenó a una paupérrima situación a las clases jornaleras de
Andalucía, que vieron en los nuevos principios legales de la asociación los
elementos necesarios para mejorar sus condiciones de vida.
Estos años de Restauración en Jerez vienen caracterizados por los
acontecimientos de La Mano Negra y el Asalto Campesino a la ciudad de 1892. Los
sucesos de La Mano Negra en 1883 encuentra, teórica y oficialmente,
justificación en la existencia de un grupo anarquista clandestino partidario de
la acción directa contra la represión gubernamental y empresarial que llegan a
crear organizaciones secretas como ‘los desheredados’. Este grupo se opuso a la
legalización del movimiento anarquista propuesta en el Congreso de Barcelona de
1881, donde se creó la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE).
Sus acciones se producen en el contexto socio-económico de la crisis de
subsistencia que azotó a Andalucía occidental en 1882.
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