Número 0 - Año I

 

              

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 La Mano Negra: Luces y Sombras

Realidad o invención
 

Introducción

 Contexto 

 

 TEXTO: CARLOS ALBERTO CABRERA / TOÑI CARAVACA

 

La existencia, real o inventada, de un grupo de hombres reunidos en una organización activista denominada La Mano Negra ha protagonizado numerosas líneas en los trabajos de historiadores y estudiosos del tema.

 

Ya en esos años, en la Revista de Legislación, donde se recoge íntegramente el proceso de La Mano Negra que aborda la muerte de ‘Blanco de Benaocaz’, se reconoce que, a pesar de los esfuerzos del Ministerio público y del Tribunal, no se consiguió descubrir la existencia de tal sociedad.

 

Asimismo, Llunas, en su periódico La Tramontana, había acusado al Gobierno de servirse del asunto de La Mano Negra como de un pretexto para la represión, “primero a los internacionalistas, después a los anarquistas y, por último, a los socialistas sin excepción; y con la excusa de unos cuantos bandoleros, pero nada más que bandoleros, se quiere justificar una persecución contra determinadas ideas”.

 

En 1902, el historiador Seignobos escribió una carta rectificando lo que había escrito sobre La Mano Negra en su Histoire Politique y adhiriéndose al criterio de que “había sido una invención de la policía española”.

 

Para Juan Madrid, “la investigación histórica demostró que La Mano Negra no existió nunca; y si acaso existió, nunca fue en esos años, y tampoco cumplió la amenaza de secuestrar y matar a los burgueses. Todos los crímenes de aquella época eran crímenes comunes, ninguno tenía el componente político que debía tener”.

 

También Ricardo Mella y Soledad Gustavo coinciden en que se trató de una “invención con fines represivos e incluso psicológicos”.   

 

Díaz del Moral y García Venero mantienen que fue “un hecho -sin relación con la FTRE- aprovechado e incluso agrandado por el Gobierno”. Hasta Fernández Almagro, que acepta la veracidad del ‘descubrimiento’ del comandante Pérez Monforte (a pesar de que el documento relacionado con La Mano Negra no concuerda con el existente en el Archivo de Palacio), admite que se exageraron los hechos.

 

Las cartas escritas desde el penal de la Gomera por uno de los condenados, Salvador Moreno, en las que narra los tormentos a los que fueron sometidos los procesados para que se confesaran culpables, arrojan más luz al asunto. Una de las epístolas, escrita el 5 de abril de 1900 desde el penal de Alhucemas y dirigida al periódico Las Dominicales del Libre Pensamiento, lo recoge así: “El hecho en cuestión no fue otra cosa que dos compañeros de trabajo se querellaron con otro para que formara parte de la sociedad Unión Regional de Trabajadores, sociedad legal, y por una ofuscación de un celo mal entendido, y llevados por el propio temperamento andaluz, mataron de un tiro de escopeta a la víctima; delito que pagaron con el patíbulo, arrastrando tras sí, por voluntad de los verdugos, a cuantos amigos ellos tenían, levantando por hecho tan individual y ordinario siete patíbulos y otras tantas condenas de presidio, todo esto después de haber sido cruelmente atormentados todos los beneméritos a las órdenes del capitán de civiles Oliver, maestro de Pastor”.

  

Igualmente, existe el testimonio escrito autentificado del campesino Manuel Sánchez Álvarez, al que el comandante Pérez Monforte intentó sobornar para que actuara de agente provocador incendiando mieses y cortando cepas de las viñas. El campesino fue procesado bajo acusación de propiciar un incendio, y aunque absuelto más tarde, pasó veinte meses en prisión preventiva.

  

Esa misma línea es seguida por  Vicente Blasco Ibáñez, quien en su novela La Bodega –que retrata la época en la que se produce el asalto campesino a Jerez, en 1892–, a través de Juanón, unos de los personajes de la obra, expresa: “¡La Mano Negra! ¿Qué era aquello? Él había sufrido persecuciones por creerse afiliado a ella, y aún no sabía ciertamente en qué consistía. Meses enteros había estado en la cárcel con otros desgraciados. Le sacaban por la noche del encierro para golpearle en la oscura soledad del campo. Las preguntas de los hombres con uniforme iban acompañadas de culetazos que hacían crujir los huesos, de palizas locas que se exacerbaban ante las negativas. Aún guardaba en el cuerpo las cicatrices de estos obsequios de los ricos de Jerez. Podían haberle muerto, sin que él contestase a gusto de sus atormentadores.

 

“Su nombre sirvió para justificar la brutal y sangrienta represión desencadenada sobre el campesinado jerezano y las organizaciones obreras”

 

Sabía de sociedades para defender la vida de los jornaleros y resistirse a los abusos de los amos; él formaba parte de ellas; pero de La Mano Negra, de la terrorífica asociación, con sus puñales y sus venganzas, no sabía una palabra”. Y sentencia en otro momento “dejando de lado la polémica de si la organización de La Mano Negra existió en realidad o si fue un montaje policial, lo cierto es que su nombre sirvió para justificar la brutal y sangrienta represión desencadenada sobre el campesinado jerezano, en primer término, y las organizaciones obreras, en general”.

  

Una “existencia novelesca” utilizada como arma preventiva ante posibles alteraciones del orden. Desde entonces tuvieron los amos un espantajo para levantarlo como bandera: La Mano Negra; y no intentaban los pobres de la campiña el más leve movimiento hacia su bienestar, sin rememorar el fantasma tenebroso chorreando sangre.

  

Los juicios y los continuos encarcelamientos por los supuestos crímenes y la huelga de 1883, así como por los posteriores sucesos de 1892 y los revueltos años 1901-1905, corroboran esa línea de conducta. La política social de la Restauración, atacaba con el ejercicio indiscriminado del poder a quienes se atrevían a poner en entredicho, de una manera u otra, el sagrado principio de la propiedad.

  

Sin embargo, otra línea de pensamiento, como la seguida por Martín de Porres Fernández, licenciado en Historia Contemporánea y miembro de la Escuela de Libres Pensadores de la CGT de Sevilla, concluye que “todo hace pensar que La Mano Negra tuvo que existir. Y una vez dada por cierta su existencia, lo más importante es ver la evolución de un ideal, entonces difuso, respecto al que provocó el alzamiento campesino de Jerez de 1892 años más tarde. Pues si La Mano Negra supone una resistencia desde el individuo, es decir, no representa una agitación social, los hechos posteriores denotan una avance colectivo que persigue paralizar la opresión, a través de la búsqueda colectiva de fraternidad”.

  

Pero quien quizás más se acerca a la realidad es Clara E. Lida. Para la historiadora, “nada permite hablar de La Mano Negra como organización. Ello no es obstáculo para que pudieran existir pequeñas ‘mafias’ (grupos influenciados por el anarco-comunismo), en las fronteras de la rebeldía secular y de la delincuencia común que, hábilmente explotadas por los órganos del Poder, sirvieron para justificar una represión y una campaña que, pese a sus protestas, quebrantarían en cierto modo a la Federación de Trabajadores de la Región Española”.

 

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