La existencia, real o inventada, de un grupo de
hombres reunidos en una organización activista denominada La Mano Negra ha
protagonizado numerosas líneas en los trabajos de historiadores y estudiosos del
tema.
Ya en esos años, en la Revista de Legislación,
donde se recoge íntegramente el proceso de La Mano Negra que aborda la muerte de
‘Blanco de Benaocaz’, se reconoce que, a pesar de los esfuerzos del Ministerio
público y del Tribunal, no se consiguió descubrir la existencia de tal sociedad.
Asimismo, Llunas, en su periódico La
Tramontana, había acusado al Gobierno de servirse del asunto de La Mano
Negra como de un pretexto para la represión, “primero a los internacionalistas,
después a los anarquistas y, por último, a los socialistas sin excepción; y con
la excusa de unos cuantos bandoleros, pero nada más que bandoleros, se quiere
justificar una persecución contra determinadas ideas”.
En 1902, el
historiador Seignobos escribió una carta rectificando lo que había escrito sobre
La Mano Negra en su Histoire Politique y adhiriéndose al criterio de que
“había sido una invención de la policía española”.
Para Juan Madrid, “la investigación histórica
demostró que La Mano Negra no existió nunca; y si acaso existió, nunca fue en
esos años, y tampoco cumplió la amenaza de secuestrar y matar a los burgueses.
Todos los crímenes de aquella época eran crímenes comunes, ninguno tenía el
componente político que debía tener”.
También Ricardo
Mella y Soledad Gustavo coinciden en que se trató de una “invención con fines
represivos e incluso psicológicos”.
Díaz del
Moral y García Venero mantienen que fue “un hecho -sin relación con la FTRE-
aprovechado e incluso agrandado por el Gobierno”. Hasta
Fernández Almagro, que acepta la veracidad del
‘descubrimiento’ del comandante Pérez Monforte (a pesar de que el documento
relacionado con La Mano Negra no concuerda con el existente en el Archivo de
Palacio), admite que se exageraron los hechos.
Las cartas escritas desde el penal de la Gomera
por uno de los condenados, Salvador Moreno, en las que narra los tormentos a los
que fueron sometidos los procesados para que se confesaran culpables, arrojan
más luz al asunto. Una de las epístolas, escrita el 5 de abril de 1900 desde el
penal de Alhucemas y dirigida al periódico Las Dominicales del Libre
Pensamiento, lo recoge así: “El hecho en cuestión no fue otra cosa que dos
compañeros de trabajo se querellaron con otro para que formara parte de la
sociedad Unión Regional de Trabajadores, sociedad legal, y por una ofuscación de
un celo mal entendido, y llevados por el propio temperamento andaluz, mataron de
un tiro de escopeta a la víctima; delito que pagaron con el patíbulo,
arrastrando tras sí, por voluntad de los verdugos, a cuantos amigos ellos
tenían, levantando por hecho tan individual y ordinario siete patíbulos y otras
tantas condenas de presidio, todo esto después de haber sido cruelmente
atormentados todos los beneméritos a las órdenes del capitán de civiles Oliver,
maestro de Pastor”.
Igualmente, existe el testimonio escrito
autentificado del campesino Manuel Sánchez Álvarez, al que el comandante Pérez
Monforte intentó sobornar para que actuara de agente provocador incendiando
mieses y cortando cepas de las viñas. El campesino fue procesado bajo acusación
de propiciar un incendio, y aunque absuelto más tarde, pasó veinte meses en
prisión preventiva.
Esa misma línea es seguida por Vicente Blasco
Ibáñez, quien en su novela La Bodega –que retrata la época en la que se
produce el asalto campesino a Jerez, en 1892–, a través de Juanón, unos de los
personajes de la obra, expresa: “¡La Mano Negra! ¿Qué era aquello? Él había
sufrido persecuciones por creerse afiliado a ella, y aún no sabía ciertamente en
qué consistía. Meses enteros había estado en la cárcel con otros desgraciados.
Le sacaban por la noche del encierro para golpearle en la oscura soledad del
campo. Las preguntas de los hombres con uniforme iban acompañadas de culetazos
que hacían crujir los huesos, de palizas locas que se exacerbaban ante las
negativas. Aún guardaba en el cuerpo las cicatrices de estos obsequios de los
ricos de Jerez. Podían haberle muerto, sin que él contestase a gusto de sus
atormentadores.
“Su nombre sirvió para
justificar la brutal y sangrienta represión desencadenada sobre el campesinado
jerezano y las organizaciones obreras”
Sabía de sociedades para defender la vida de los
jornaleros y resistirse a los abusos de los amos; él formaba parte de ellas;
pero de La Mano Negra, de la terrorífica asociación, con sus puñales y sus
venganzas, no sabía una palabra”. Y sentencia en otro momento “dejando de lado
la polémica de si la organización de La Mano Negra existió en realidad o
si fue un montaje policial, lo cierto es que su nombre sirvió para justificar la
brutal y sangrienta represión desencadenada sobre el campesinado jerezano, en
primer término, y las organizaciones obreras, en general”.
Una
“existencia novelesca” utilizada como arma preventiva ante posibles alteraciones
del orden. Desde entonces tuvieron los amos un espantajo para levantarlo como
bandera: La Mano Negra; y no intentaban los pobres de la campiña el más leve
movimiento hacia su bienestar, sin rememorar el fantasma tenebroso chorreando
sangre.
Los juicios y
los continuos encarcelamientos por los supuestos crímenes y la huelga de 1883,
así como por los posteriores sucesos de 1892 y los revueltos años 1901-1905,
corroboran esa línea de conducta. La política social de la Restauración, atacaba
con el ejercicio indiscriminado del poder a quienes se atrevían a poner en
entredicho, de una manera u otra, el sagrado principio de la propiedad.
Sin embargo,
otra línea de pensamiento, como la seguida por Martín de Porres Fernández,
licenciado en Historia Contemporánea y miembro de la Escuela de Libres
Pensadores de la CGT de Sevilla, concluye que “todo hace pensar que La Mano
Negra tuvo que existir. Y una vez dada por cierta su existencia, lo más
importante es ver la evolución de un ideal, entonces difuso, respecto al que
provocó el alzamiento campesino de Jerez de 1892 años más tarde. Pues si La Mano
Negra supone una resistencia desde el individuo, es decir, no representa una
agitación social, los hechos posteriores denotan una avance colectivo que
persigue paralizar la opresión, a través de la búsqueda colectiva de
fraternidad”.
Pero quien quizás más se acerca a la realidad es
Clara E. Lida. Para la historiadora, “nada permite hablar de La Mano Negra como
organización. Ello no es obstáculo para que pudieran existir pequeñas ‘mafias’
(grupos influenciados por el anarco-comunismo), en las fronteras de la rebeldía
secular y de la delincuencia común que, hábilmente explotadas por los órganos
del Poder, sirvieron para justificar una represión y una campaña que, pese a sus
protestas, quebrantarían en cierto modo a la Federación de Trabajadores de la
Región Española”.
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