No me gusta personalizar. No. Suelo
esconderme en el ‘nosotros’. El plural de modestia, remarcaría algún académico
de la lengua. Y de hecho, sigo pensando que DIARIO Bahía de Cádiz desde hace
tiempo, ya no es mi niño, es el de muchos: compañeros, amigos, colaboradores,
enemigos… y por supuesto de vosotros, los lectores. Un hijo con mimos,
atenciones y pellizcos en los cachetes, pero nada regordete, que aunque me come
bien, tiene pocos padrinos y muchas golosinas no se puede permitir. Será que es
feo y no viste a la moda… o que no está bautizado en las aguas de la hipócrita
iglesia, ni en las de un banco ladrón de comisiones e intereses, ni en la pila
bendita y enchufada del PP ni del PSOE, ni de las instituciones que controlan
gracias a la mentira de la democracia. Será que le gusta nadar a su aire, y
zambullirse solo en el Atlántico. Aunque su papá nació en el Mediterráneo. Será
que no es dependiente. Tampoco independiente. Será que su meta es ser plural.
La cuestión es que ahora que el nene
cumple mil ediciones, con cierta perspectiva histórica –camino de los cuatro
años de vida, que no son pocos-, puedo afirmar que estoy orgulloso de él. Es un
placer haber fundado un diario de la nada, sin haberlo heredado. Sin que una
empresa de más allá de la autopista lo monte y respalde la cabecera como si
fuera una franquicia más. Sin que ninguna institución pública o partido político
le dé el empujón –voluntariamente o tras ser chantajeado- para luego tenerlo
como medio oficioso.
No sé si hicimos bien pariendo
DIARIO Bahía de Cádiz. Él no tiene la culpa. No pidió nacer. No pidió nacer
aquí. No pidió nacer aquí y pobre. Ha tenido que hacerse un hueco, sin recursos
apenas, sin regalar tenedores y cucharas, pero con sueños, ganas, ilusión,
zancadillas, trabajo, constancia, horas, y más horas.
Me vienen a la cabeza unas ideas que
leí e interioricé del argentino Jorge Lanata: ‘Es el producto el que crea la
necesidad’. Si no necesidad, tras mil ediciones, podemos decir que somos otro
medio más, otro diario más, otra voz más para cerca de cien mil personas cada
mes. Y muchas más en fechas de carnavales. Estamos en las primeras posiciones
del buscador elegido por casi todos en la Red de redes, el google, e incluido en
su servicio de noticias. Alardeamos de dos premios: el Andalucía Joven 2004 en
medios de comunicación por la provincia de Cádiz, concedido por el Instituto
Andaluz de la Juventud; y el reconocimiento otorgado en 2007 por la cabecera
especializada Cibersur a la mejor web de la comunidad en la categoría
periodista. Y en verano de 2006 ya asustamos a algunos lanzando a la calle
nuestra edición impresa de presentación… ¿Hicimos bien dando a luz este
periódico? No soy el más indicado para responder la cuestión.
Pero los hijos no sólo dan alegrías.
Y en su inocencia, su inmadurez, se equivocan. Mucho. Se llevan reprimendas,
quejas, broncas. Pero, así se aprende ¿no? Como también creo que escuché al
periodista Lanata: ‘Un periódico no se hace en un día’. Y DIARIO Bahía de Cádiz,
no nos engañemos, todavía no es el diario que queremos, el que soñamos. Es
honesto reconocerlo. Al tiempo que asumimos que una vez que se está en el aire
es difícil romper la monotonía informativa del día a día. Y claro, si la
información se convierte en rutina, es que algo estamos haciendo mal. Sabemos
que el niño crece, se hace mayor, pero todavía está a tiempo de dejar los malos
vicios del ¿periodismo? actual. Es nuestro compromiso. Mi compromiso, en este
significativo día de los mil números. Hacer de mero oficinista, de simple correo
es lo cómodo, pero es un timo. Es autoengañarme.
Durante estas mil ediciones hemos
luchado por ‘hacer bahía’ y contra los localismos catetos. Y por que se acabe la
discriminación troglodita por el canal/soporte de difusión, que se nos considere
un medio de comunicación tan medio de comunicación como un periódico en papel,
una radio o una televisión. DIARIO Bahía de Cádiz no es un diario digital. No es
una página web. No. Aquí hacemos un periódico, que de momento se difunde,
gratis, a través de Internet. Punto. Y deberíamos tener las mismas facilidades,
similar trato, que otros medios. Pero no sólo para acceder a la información –que
mucho hemos ganado ya-, sino también a la hora de que las administraciones
públicas, las que manejan dinero de todos, repartan sus campañas ‘informativas’
–impulsando, sí sí, avanzando, maximizando o haciendo- de forma imparcial.
Me
apropio en las últimas líneas de esta especial editorial del símil facilón. Como
padre de la criaturita, como capitán de este barco, que sigue a flote, navegando pese al
oleaje, y quizá deba pasar pronto por los astilleros; y por lo que he podido
hacer bien, y hago mal, muy mal, gracias a la tripulación y al pasaje. Mil
gracias. Y mil disculpas.
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