Hoy me invita alguien a que escriba sobre este
trama, que supone la falta de luz que hay en nuestro cerebro, para conocer,
que es lo que le mueve a una persona a comportarse mal, sobre todo, en la
relación con sus congéneres, con los que convive.
Tras explicarle, que en materia de la filosofía no
estoy muy versado, le hago saber, que nunca debemos hacer un mundo, sacado de
nuestras experiencias o conclusiones personales, por muy instruido que uno se
crea, haber viajado, conocido gente, o costumbres de otros rincones del mundo,
jamás se llegaría a saber, que le mueve a una persona a actuar de cierta
manera., porque ese mundo que creáramos, en nuestra mente, sería tan pequeño
como imperfecto. Aunque hubiésemos vivido siglos y hubiésemos estado repletos de
información, nunca se llegaría a conocer a la perfección el ser humano. La
naturaleza y comportamiento del individuo, es muy compleja, solo Dios, los
conoce.
Y hasta aquí llego, con este pensamientos, porque,
más no doy, sólo es de interés, para poder terminar con este laberinto de ideas,
traer a colación, (mención) aquí, a ese prójimo, que de forma irreflexiva,
clasifica y define a las personas que tiene a su alrededor (vecinos), movidos
por motivos de antipatía, envidia o cualquier otro pecado original, y más si a
continuación, agravan, esta postura suya, hablando atropellada o
desacertadamente mal de otras, criticándolas o volviéndolas al revés. Yo le
llamaría la atención a esos etéreos cerebros, que por falta de cultura,
inteligencia, o respeto al prójimo, actúan así, diciéndoles: Que no apunten tan
bajo, ni dispararen tan rápidamente, que reflexionen y recapaciten, antes, de
poner un San Benito a alguien.
Puede ocurrir que el semejante, en el que,
descargando la ponzoña, también le ocurra lo mismo y sin embargo, por prudencia,
no se pronuncia a su contra; una actuación valiente y ejemplar, esta última,
que muchos deberían adoptar.
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