Mientras se sigue debatiendo sobre
la idoneidad de la sentencia a la madre sordomuda por la bofetada a su hijo,
vamos pasando páginas del calendario, acercándonos al final de un año más, en el
que habremos sido felices o nos habremos enamorado, en el que habremos perdido o
ganado, o, incluso con suerte, con muchísima suerte, habremos sobrevivido a la
propia vida, que nos campa alegremente ganándonos siempre la carrera.
Seguramente, en algún mágico
momento, habremos suspirado de alivio frente a esa hija de mala perra que se nos
sube a los hombros y nos oprime contra la tierra como diciéndonos lo poca cosa
que somos y lo humanos que seremos, en comparación con los dioses que pueblan
los cielos.
Y mientras Ulises volverá -como
siempre- a Itaca por Navidad y Penélope le esperará con las trenzas hechas, o
quizás no, porque definitivamente se hartó de esperar y se fue con un campesino
-campechano y sonrosado- a labrar otras tierras donde la mujer no tenga que
hilar frente al telar esperando al padre de su hijo, viendo como se comen su
hacienda y no haciendo nada, por eso, porque es mujer y como tal objeto de
codicia y deseo.
A estas fechas, Helena se habrá
hartado de ser hija de Zeus y como tal hermosa y disputada por todos los
Menelaos y Paris de este mundo y se habrá fugado con la Gorgona, que, de cerca y
mirándola con cariño, ya no deja de piedra ni a las pobres rocas de río.
Y el mundo seguirá dando vueltas de
necio, porque está agarrado a la peana de la mesa, porque es de plástico y con
una bombilla clavada en el recto, igual que el pavo de navidad con su relleno
efímero y festivo.
La gente recorrerá las calles en
estos días y se olvidarán de todo al ritmo que marcarán las rebajas, mientras
las carreteras se llenan de coches de aquí para allá, de gente sin felicidad en
los rostros, atareados y vencidos.
Miriam ya debe andar por los
madriles con los amigos que no la esperaban para navidad, porque ya la tenía
comprometida, desde agosto y por todos los años mientras vivan, con los abuelos
en el Ferrol, que ya se libró del caudillo.
La mayoría vegetaremos tirando de
niños palante y cerrando oídos a todo lo que no queramos escuchar, viendo como
nuestros padres ya son ancianos y les fallan las piernas y la vista y los
dictámenes, antes tan seguros.
Recordaremos otros tiempos, que
siempre serán mas felices porque se fueron y el cerebro es experto en desflorar
la verdad y travestirla de princesa de Disney o cuento de hadas, para
mostrárnosla como le da la gana y así hacernos meditar y parecer sabios y
sesudos, cuando no somos más que aprendices de hilipollas.
Los días se harán cortos, porque es
la cortedad la que nos envuelve, cortedad de miras y cortedad de dinero, de
alma, de principios, de gente abocada a hacer cada día lo mismo, durante años.
Por eso Penélope cogió las maletas
antes de Navidad y no esperó que volviera Ulises, que quizás, solo quizás,
estaba muerto de gusto en los brazos de Circe, la maestra en maestría que enseñó
a las mujeres a pensar y a transformar a los maltratadotes en cerdos, para luego
comérselos. DIARIO Bahía de Cádiz
Volverán las golondrinas y se
marchará el frío, volverán los niños al colegio y dejaremos de comer un turrón,
que ya se nos atraganta en el empaste que nos pusieron hace meses, pero eso será
mañana ,porque hoy aún silba el viento de poniente congelando mis oídos y aún
puedo ver la barca de Helena y la Gorgona dirigiéndose a Melilla, o a Rota, o a
alguna isla paradisíaca, donde no te miren por lo que siempre fuiste, ni por el
que dirán, sino por tus hechos y acciones y donde amar por el hecho de amar, no
sea considerado sacrilegio.
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