El programa del concierto estuvo
estructurado de forma tradicional, con alternancia de obras instrumentales y
vocales. La utilización del pianoforte, precedente inmediato del piano
moderno mantiene diferencias notables, en especial el timbre del sonido, el
golpeo y la articulación de las notas. Martin Kiener es un agradable
conversador y en el post-concierto tuvo la amabilidad de explicar con
detalle las características del pianoforte utilizado en esta ocasión y la
situación de la recuperación de los instrumentos existente en España, muy
activa en los diez últimos años.
Otra aportación del concierto,
que mantuvo un cierto aire nostálgico, un punto démodé, fue la incorporación
de las castañuelas como acompañamiento de las obras interpretadas. La
fórmula funciona en los conciertos que realizan, especialmente en el resto
de Europa, pero probablemente la idea condiciona la programación; aunque la
acumulación de experiencia les permitirá optimizar la adaptación y
combinación de las obras más adecuadas a las características del grupo
En las canciones de la primera
fase del concierto, la soprano Marta Almajano expuso una voz intensa,
controlada y bien vocalizada, plena de resonancias, aunque con una tímbrica
menos brillante. Aunque escenificó adecuadamente las piezas, con gracia,
sentimiento o dramatismo según se requiriese, sólo puntualmente sedujo al
público quizás por la expresión de cansancio reflejada en su cara, cansancio
que pudo pesar en el volumen sonoro de su voz, más ligera y gastada según
avanzó el concierto.
Kiener y Luz Martín realizaron
una magnífica interpretación de la sonata de Soler y la Mateo Albéniz sonó
muy bien, aunque con desfallecida tensión. El resultado sonoro de la que
abrió el concierto fue menos que discreto; creo que la sonata de Scarlatti
no es una obra apropiada a las características del dúo
pianoforte-castañuelas. Sin embargo, este instrumento tan español contribuyó
a dar colorido, riqueza y algo de alegría a la segunda parte. En ésta, el
concierto se entonó mucho gracias a la interpretación más meliflua de Marta
Almajano, menos briosa pero más delicada y emotiva que al principio. Las
obras italianas de Sor fueron un ejercicio de finura, control y modulación
de la soprano, con unos finales exquisitos. DIARIO
Bahía de Cádiz Paco Mesa