Sala: Teatro Villamarta Jerez.
Obra: “RIGOLETTO”. Opera en tres actos de Giuseppe
Verdi.
Libreto de Francesco María Piave, basado en el
drama de Víctor Hugo Le roi s’amuse.
Reparto:
Rigoletto: Carlos Almaguer
Gilda: Elena de la Merced.
Duque de Mantua: Ismael Jordi.
Saparafucile: Stefano Palatchi.
Conde Monterone: Pedro Farrés.
Marullo: David Rubiera.
Conde de Ceprano: Hilario Abad.
Borsa: Lorenzo Moncloa.
Condesa de Ceprano: Inma Salmoral.
Giovanna: Julia Arellano.
Paje: Erreguiñe Arrotza.
ORQUESTA ARSIAN. Director: Enrique Patrón de
Rueda.
Coro del Teatro Villamaría. Director: Antonio
Martín.
Dirección de escena: Francisco López; Escenografía
y vestuario: Jesús Ruiz; Coreografía: Belén Fernández.
No cabía ni un alfiler el jueves 16 de noviembre
en el estreno de la reposición de la producción villamartina. Las entradas
agotadas con más de un mes de antelación. Rigoletto, es sin duda, junto con la
“Traviatta” una de las óperas más conocidas de Verdi. Y, por supuesto, su aria
“La donna è mobile”, quizá la más popular del mundo de la ópera. Se trata de una
ópera con un gran contenido dramático, donde el perfil del personaje central, el
deforme Rigoletto, bufón cortesano, es visto desde varios puntos simultáneamente
y consigue que el espectador se meta en su psique y circunstancias, acompañado
todo
de
una música sencillamente genial. Prácticamente la obra está basada en geniales
duettos musicales que también alcanzan niveles extraordinarios de dramaturgia.
Es inevitable que este tipo de óperas vayan, en
cierta medida, acompañadas de nuestras propias experiencias personales, pues a
poco que se sea aficionado se ha podido tener la ocasión de asistir a alguna que
otra representación de la misma, o se ha podido disfrutar de alguna de las
maravillosas grabaciones que de la misma han producido diferentes casas
discográficas. Porque se trata de una obra que engancha. En mi caso, “Rigoletto”
va unida a una representación que tuve la gran suerte de presenciar en mi época
de estudiante en el Teatro de la Zarzuela, cuando aún el Real era solo sala
sinfónica. La representación tuvo como Duque de Mantua a Don Alfredo Kraus, el
genial canario. Eran los años ochenta y Don Alfredo estaba aún en pleno apogeo.
Desde entonces reconozco que me siento en la obligación de procurar no
establecer comparaciones con otras representaciones o grabaciones. Resulta
realmente difícil, aunque lo intento. Así que no estableceré ningún comparativo
o paralelismo entre Don Alfredo e Ismael Jordi, Duque de Mantua en esta
representación jerezana.
Pero ya que estamos, comenzaremos por su papel el
jueves. Ismael empezó ciertamente dubitativo en el primer acto, aunque se
recuperó en los demás. Son de alabar los esfuerzos que se nota está llevando a
cabo con la técnica y la dicción, pero su juventud aún le juega malas pasadas a
la hora de darle color y solidez a su tímbrica, fina y agradable voz. El
personaje del Duque, en el libreto verdiano, no se para en dudas, y le va como
anillo al dedo a un verdadero divo. Es necesario creerse cien por cien el
personaje y mantener ese punto de estar por encima del bien y del mal que ha de
demostrar el Duque-personaje. Jordi va por buen camino y deseamos
que pronto sea el tenor esperado jerezano y gaditano de referencia mundial.
Elena de La Merced, soprano, brilló con luz propia
en el personaje de Gilda. Su actuación estuvo llena de matices, recreándose en
una dicción estupenda. Fue la verdadera triunfadora de la noche.
El personaje de Rigoletto fue interpretado por
Carlos Almaguer, barítono, quien tuvo una actuación algo más que discreta, quien
a pesar de poseer una potente voz, no consigue transmitir la palabra mágica de
la obra: ¡Ah¡ ¡La maledizione! Sin embargo e público reconoció su esfuerzo
interpretativo y el sudor frío de quien ve muerta a su hija por culpa propia.
Bien estuvieron Cristina Faus, mezzo, en el papel
de Magdalena y Steffano Palatchi, bajo, en el de Sparafucile, el sicario asesino
de Gilda.
La orquesta ARSIAN tuvo una correcta actuación,
bajo la batuta de Enrique Patrón de Rueda, aunque no alcanzó a darle el
dramatismo necesario a la escena cuarta del acto segundo cuando Rigoletto dice
“Cortesanos, raza vil y maldita ¿a qué precio vendisteis mi bien?”. La percusión
tampoco brilló excesivamente.
La escena estuvo sobresaliente en lo que se
refiere a los decorados y los recursos de iluminación, e incluso de simulación
de la tormenta y la lluvia. Sin embargo no comparto la idea de trasladar
Rigoletto a la época de Mussolini. Creo que no le aporta nada, y se pierde el
vestuario. Y aunque es cierto que se cuidan los detalles para no caer en
tópicos excesivos, no comparto alguna escena escabrosa que tampoco aporta nada
nuevo al carácter de un Duque capaz de eso y de mucho más…Cuestión de gustos.
En general fue una estupenda representación de Rigoletto. Digna y
que a juzgar por los aplausos del respetable colmó las expectativas del mismo. |