El programa del concierto del
viernes 30 de mayo, dentro del Festival Internacional de Música ‘Manuel de
Falla’, dentro del más estricto canon: Rossini, Mozart y Beethoven. El
público respondió bien a la propuesta y hubo buena entrada en el Teatro
Falla para asistir a la función. Faltó viveza y claridad en la
interpretación de las obras a la Orquesta Filarmónica de Pilsen, que
finiquitó su compromiso de forma rutinaria, si bien con profesionalidad. A
la dirección de Jaroslav Krcek, simpática, amable, lineal, abierta, le faltó
el punto de autoridad que precisa la conducción de una orquesta de las
dimensiones de la Filarmónica de Pilsen y la exigencia de compromiso en los
intérpretes para que las obras resultaran siempre empastadas y equilibradas.
El resultado fue bueno en general, pero hubo muchos detalles sin cuidar,
demasiados.
La
Filarmónica bohemia inició la sesión con la obertura de la ópera de Rossini
El barbero de Sevilla, obra ligera y colorida que sufrió en exceso
la intensidad en los graves de la orquesta. Fue una interpretación bien
conjuntada, falto de picardía y algo mate
Stepan
Prazák fue el violín solista en el Concierto para violín y orquesta
de Mozart. Prazák es un intérprete sólido, con temple. Se desenvuelve de
manera estática, casi hierática, que transmite frialdad. Destapa sus mejores
esencias en los agudos virtuosísticos y extrae del violín un sonido
impropiamente límpido y dulce. No así ocurre con su recorrido por los graves
que se diluyen en el cuerpo sonoro orquestal y con las reducciones dinámicas
de su interpretación. Muy acertados son sus cambios de textura de las
transiciones y su toque delicado y elegante de las cuerdas.
Por su
parte, la formación estuvo bien en la contraposición de los planos sonoros
con el violín solista. Al finalizar su acturación, Prazák ofreció una
improvisación con melodías bohemias y alusiones a obras conocidas por el
público, a la que se sumaron el director Krcek al contrabajo, y un violín y
viola del cuerpo orquestal.
Afortunadamente, la belleza
musical de la Sinfonía n.º 7 de Beethoven, se impone sobre toda dificultad
porque la Orquesta Filarmónica no colaboró en mostrar todo el esplendor de
esta magnífica obra. Bien en el desarrollo de los temas, dando la intensidad
y dinámica necesarias, mejor en los tuttis, la conducción de la obra se
pierde en los matices: el sonido de las flautas es manifiestamente mejorable
y no se entienden los despistes rítmicos. La orquesta malogra el segundo
movimiento, una de las piezas más conocidas y populares de Beethoven, con un
comienzo impreciso e irregular y poco ligado. Los pasajes de tránsito del
tercer movimiento parecían caminos de piedra por el tempo quizás demasiado
ralentizado y la falta de fluidez. El final de la obra, un despliegue
perseverante de energía, se vino abajo con un desafortunado juego de brazos
de timbales y unas trompetas sin contención. Aún así, es mucho Beethoven.
DIARIO Bahía de Cádiz
La
propina del concierto fue la versión orquestal de un coral de Bach.