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 Crítica

Una historia de italianos del S. XVI,
contada por un español en el S. XVII, para españoles, en la Sevilla del S. XXI

“El castigo sin venganza”, obra de Lope de Vega fechada el 1 de agosto de 1631, está dividida en tres actos, aunque la versión que ha puesto este año en escena la Compañía Nacional de Teatro Clásico, bajo la dirección de Eduardo Vasco, modifica el original, dejándola únicamente en dos. Merece la pena ver la obra, que sin duda es de las mejores tragedias de nuestra literatura clásica, y la Compañía Nacional de Teatro Clásico la mejor de nuestras compañías, aunque
sin duda puede hacer mejor las cosas

  JESÚS SÁNCHEZ-FERRAGUT (Sevilla). 06-12-2005

Sala: Teatro Lope de Vega. Sevilla.

Obra: “El castigo sin venganza”. Lope de Vega.

Compañía Nacional de Teatro Clásico.

Versión y Dirección: Eduardo Vasco.


“El castigo sin venganza”, obra de Lope de Vega fechada el 1 de agosto de 1631, está dividida en tres actos, aunque la versión que ha puesto este año en escena la Compañía Nacional de Teatro Clásico, bajo la dirección de Eduardo Vasco, modifica el original, dejándola únicamente en dos. Desde mi punto de vista, uno de los errores de esta versión, ya que el primer acto alcanza la hora y media, lo cual es duro para el espectador. De hecho algunos no entraron al segundo acto.

 

Los actores se despiden del público  (FOTO: JESÚS SÁNCHEZ-FERRAGUT)Si bien es cierto que la Compañía Nacional de Teatro Clásico es la que mejor puede hoy día llevar a escena, con la calidad que requiere una obra como “El castigo sin venganza”, por razones de presupuesto, experiencia y saber hacer, tampoco nos equivocamos al decir que la Compañía puede hacer mejor las cosas, siendo, por otro lado, obligación nuestra el ponerlo de manifiesto.

 

La seductora idea de llevar el escenario de la representación a la Italia de Mussolini, a la postre, sobre las tablas no aporta nada nuevo, ni acerca más el espectador a la trama, ni mucho menos al mensaje y pensamiento filosófico subyacente en la obra del maestro Lope. Tras la representación, uno tiene la sensación de que se ha coartado el derecho a la libre traslación temporal de los personajes, característica esencial de las obras de Teatro Clásico Español.

 

El libre albedrío del espectador, en cuanto a la personal abstracción y la propia parametrización de los personajes, que debe señorear este tipo de obras, puede quedar parcializado por la simbología introducida en esta versión de El Castigo sin Venganza. Cosa bien diferente es la de actualizar determinados recursos interpretativos, ambientales, musicales, o incluso los que con carácter coyuntural se pudieron escribir en  la época.

 

En su descargo, decir que, en cierta medida, la Compañía está obligada a experimentar e intentar aportar nuevas maneras y puntos de vista. Quien puede lo más, también puede lo menos...

 

De la puesta en escena, destacar la gran labor de Arturo Querejeta, que sabe coger el toro por los cuernos y llevar las riendas de la obra en el tercer acto. Consigue lo que parece que Lope quisiera al escribir la obra: Es el propio Duque de Ferrara el que va creando el argumento, verso a verso:

 

“Éste ha de ser un castigo

vuestro no más, porque valga

para que perdone el cielo

el rigor por la templanza.

Seré padre, y no marido,

dando la justicia santa

a un pecado sin vergüenza

un castigo sin venganza.

Esto disponen las leyes

del honor, y que no haya

publicidad en mi afrenta,

con que se doble mi infamia.

Quien en público castiga,

dos veces su honor infama,

pues después que le ha perdido,

por el mundo le dilata”.

 

La otra pata sobre la que se sustenta la representación, es sin duda la actuación de Clara Sanchís, en el papel de Casandra, mujer del Duque y amante del Conde Federico, a la sazón hijo ilegítimo del Duque. Clara recita el verso de manera exquisita, y logra  meternos dentro del verdadero mundo de Lope.

 

La iluminación de la obra, sencillamente excelente, bajo las directrices de M. A. Camacho. La escenografía también buena (José Hernández), como lo es también la idea de introducir un piano de cola en el escenario, que acompaña durante una buena parte de la representación a los actores. Sin embargo, musicalmente hablando, hay partes que requerirían mejor el sonido de un violoncelo, pues se precisa una calidez que el piano no alcanza a dar.

 

El verso, en general se ha respetado bastante bien, aunque hemos notado una excesiva ralentización del mismo, tanto en su dicción como en los largos espacios que se dejan entre actor y actor. Esto es cierto que permite más fácilmente la entrada de las notas del piano y sirve también para una mayor recreación del público en el escenario, pero por el contrario, resta dinámica y ritmo a la obra, que siendo una tragedia, viene necesitada ya “ab initio” de ello.

 

Todo lo dicho no obsta para decir que merece la pena ver la obra, que sin duda es de las mejores tragedias de nuestra literatura clásica, y la Compañía Nacional de Teatro Clásico la mejor de nuestras compañías, aunque sin duda puede hacer mejor las cosas.

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