Flamenco de temporá
Con una buena
entrada de público, la XXXVIII Edición de la Fiesta de la Bulería tuvo como
marco, de nuevo, la plaza de toros de Jerez. Muchos kilovatios de salida para
dar paso a nuevas tendencias como La Reina Gitana y su piano o Diego Carrasco
con su grupo. Hubo de todo menos la esencia fundamental que debe acompañar a un
festival de esta entidad: el desgarro del denominado cante jondo |
La plaza de toros de Jerez, marco de tantas y
tantas veladas flamencas alrededor de la bulería, debe de echar de menos los
cantes cargados de esencias y compás de La Paquera de Jerez, los tonos negros de
Manuel Agujetas o los melismas delicados del duende que atesoraba el recordado
Antonio Núñez Chocolate. Tres jerezanos eternos –por poner un ejemplo- que
supieron coronarse reyes del misterio cantaor sin salirse de los estrictos
cánones del flamenco más puro. Podríamos seguir haciendo una extensa listas de
divinos del cante jerezano, pero dejaremos la listas de recordados y pasaremos a
los hechos inamovibles
de
la presente sequía de talento en la actualidad. La Fiesta de la Bulería de este
año contó con la presencia de los nuevos aires que campean en el flamenco
actual. Flamenco hip-hop, flamenco fusión, flamenco jazz, flamenco pop… ¡Vaya
usted a saber! Cualquier cosa es buena, a tenor de los criterios que se han
seguido para la contratación de artistas, menos sentarse sobre una silla de anea
junto a una guitarra y apropiarse de un público a base de compás, esencias
cataoras y pureza sempiterna. De personalidad y de seriedad. Ahora cualquier
cosa es o puede ser buena. Como la actuación de Diego Carrasco, el denominado
rey del compás, que como director de orquesta podrías buscarse un hueco entres
ritmos enloquecidos de blues ya inventados por Pata Negra hace muchos años.
Hubiera sido un buen telonero para tomar cuerpo en este festival, pero pasó de
estar en lugar de aperitivo a la finiquitar un festival que tuvo años ha un
sostén que se basaba en la pureza flamenca de la solera jerezana.
La mediocridad afloró y tocó fondo en la XXXVIII
edición de un festival flamenco que siempre tuvo la firma de lo autentico. Jerez
quedaba como uno de los pocos lugares donde la denominación de origen seguía
imperando en contra de la modernidad incontrolada. Pero también lo esnobismo
llegó a la plaza de toros de Jerez en una edición de un festival flamenco que
pareció, a ratos, un moderno concierto de fusión rock con aromas a güisqui
barato y ginebra de bajo rendimiento en lugar de solera fina en crianza hecha
sobre nobles barricas jerezanas.
La primera parte fue turbia y desangelada porque
nunca hubo nadie en el escenario con la suficiente fuerza como para tomar la
plaza
y
llevarla al olimpo flamenco entre ritmos por bulerías. Ni tan siquiera el cuadro
por bulerías logró calentar los tendidos de la plaza de toros. Después tendría
que venir las actuaciones del bailaor Domingo Ortega que pasó de puntillas. Una
innovación fue la de la presencia de la pianista Reina Gitana que vino con su
grupo y sus músicas que fueron de lo más interesante de la noche, aunque fuera
del contexto de un festival netamente flamenco como el de La Bulería. La
cantaora catalana Montse Cortés trajo una actuación tan seria como distanciada
también de lo que debe significar estar entre las tablas del escenario jerezano
que a aquella hora de la noche debían estar ya dislocadas por el compás
enfebrecido de las bulerías de la tierra.
La segunda parte tampoco trajo grandes cotas sobre
el escenario del festival “flamenco”. Adquirió la comunicación con el público
jerezano Miguel Flores “Capullo de Jerez”, que con su soleá por bulería pudo
entonar los frescos tendidos rayando la madrugada. Después de unas rumbas con
una clara moralina de cara al carácter que debería tomar el ser humano de cara a
los grandes conflictos internacionales –es decir la Biblia en pastas- llegaron
esas bulerías personales del Capullo que levantó a cierto número de asistentes
que bailaban los cantes del carismático cantaor. Fue lo más significativo de la
noche. Juan Moneo “El Torta” hizo los cantes serios y básicos: la soleá y la
seguiriya para comenzar, pero como la pureza no era precisamente lo que el
público demandaba, El Torta comenzó su recital por bulerías, personalísimas, de
pura personalidad cantaora. Sin embargo, El Torta no llegó a encandilar como en
otras ocasiones al público jerezano.
El final estaba preparado para el “Rey de los ritmos
afroflamencoamericanos”. Es decir Diego Carrasco. Una actuación donde la
percusión resaltaba sobremanera a cualquier otra faceta artística. La facilidad
al poder. El director de orquesta ejemplar, con gafas anudadas al cuello al más
puro estilo de intelectual moderno, el mismo artista jaleaba a los suyos para
que destacasen por encima de sus melifluas aptitudes para el cante o el baile.
Todo podría haber sido muy bonito para un contexto distinto al de la Fiesta de
la Bulería. Aquello estaba fuera de cacho. Fuera de sintonía y fuera de lo
estrictamente aceptado por generaciones enteras criadas al calor del auténtico
arte flamenco. |