Para carne, la de membrillo, que se digiere y
alimenta más, si no hay otra que más se le apetezca a uno, como es esa otra, que
nos llena tanto y a veces produce verdaderos dolores de cabeza, aunque sea
dulce.
Todavía tengo bien presente, aquella cocina, de
dos fogones, alimentada por carbón y la ama de casa, con el largo hierro,
azuzando la brasa, del que se valía, para abrir y cerrar las tapas del fuego,
dos placas de hierro circulares con su agujero en centro. En la pared de la
cocina, colgados, a guisa de adorno, dos peroles con asas del mismo metal y
otros dos más pequeños, de mango largo y fuerte, también del mismo metal,
vistosos y brillantes, porque muy a menudo se limpiaban y bruñían, para que no
le saliera “cardenillo” (acetato de cobre) un veneno mortal, que antaño, en
algunos colectivos causó la muerte cuando de estos recipientes se hacían uso. y
todo debido a la falta de limpieza. En los hogares, se ha venido haciendo en
ellas, una vez por año, la carne de membrillo, justo en el tiempo, que
se recolectaba este fruto, que por su tamaño y olor nos ha llamado siempre la
atención, aunque de consumirlo crudo, solo he conocido pocas persona que a
ingerirlo se atrevieran.
Para la preparación y cocinado de este dulce, se
requería la asistencia de alguno más de la casa, para llevar a cabo tan
laborioso trabajo, por lo entretenido y agotador que era, ya que lo primero, que
debería hacerse era pelar el fruto del membrillo, trocearlo, separando el
corazón, la parte más dura, con el que se haría a continuación otra clase de
carne de membrillo más granulosa. Con una gran pala de madera, no se dejaría de
remover mientras estuviese sobre el fuego, hasta ser elaborada. Una masa
compuesta por azúcar membrillo en proporciones iguales. Terminada de cocer ésta
y haberse conseguido la textura y solidez adecuada, a continuación era vertida
en moldes y tazas, para ser conservadas y consumidas durante el resto del año.
Un alimento, que se conservaría en sitio seco y al aire libre sin necesidad de
conservantes, y que sería consumido como postre, y sobre todo en fiestas
señaladas, por cierto, vedada para aquellos que fueran diabéticos.
Con ganas me quedo de hablaros de otras
gollerías, como son los pestiños y las torrijas, que también se solían hacer,
cuando, la señora de la casa, pasaba más tiempo dentro del hogar que en el
trabajo o la calle. Practicas caseras, que van desapareciendo de muchos lugares,
debido a que el tiempo que se permanece hoy en día en la cocina es mucho menos
que el de antes, sobre todo en repostería. Un trabajo, enfocado más que a
degustar estos productos tan cariñosamente elaborados, a conseguir que, las
familias se reunieran y confraternizaran, mientras se cocinaban dichas delicias,
ya de tiempos de los árabes muy apetecibles. Ni faltarían tampoco, la aportación
gratuita, de ideas de alguno/s de los miembros, que haría con ello mejorar la
calidad del manjar. Unos hogares, en donde otros integrantes de este clan más
alejados también solían acudir, convirtiendo ello, en una jornada carismática o
reunión familiar que solía reforzar “más” las relaciones entre ellos.
Hogares, en los que, un día, por arte del
progreso, se rompiera el silencio y la paz, también debido, a hacer acto de
presencia, toda clase de aparatos audiovisuales, introduciéndose con ellos, lo
bueno y lo malo y sobre todo el ruido. A partir de entonces, y el trabajo de la
mujer fuera del hogar, ese núcleo familiar, se vería afectado y obligado a
quebrar la atención de unos con otros, siendo muchos los coloquios y conversaciones que se verían interrumpidas debido a ello. Lo que si bien
recuerdo, es que, antes, mientras se hablaba, se cocinaba o se realizaba
una tarea que requería concentrarse, se apagaban todos estos chismes, hoy por el
contrario, cuando se charla o se realiza algún encuentro familiar, como un
intruso, la caja tonta, se inmiscuye en nuestros asuntos, interrumpiendo y distanciándonos.
Verdad es, que por aquél entonces, se respiraba, un ambiente
sino más sano, si más relajante que el que tenemos hoy en nuestros hogares,
aunque hayamos avanzado y estemos más culturizados, los que vivieron aquella
época, la añoran siempre, porque pensaran, que hoy, aunque nos sintamos
ciudadanos libres, en la realidad, estamos más atados que nunca a tantas cosas
que nos quita de cumplir con otros más convencionales, sencillos y provechosos
para la familia.
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