Acumulamos con cariño y cierta nostalgia,
recuerdos, que evocan momentos importantes de nuestra vida. Por regla general,
fruslerías o menudencias son, con más valor espiritual, que aquellos, de otro
tipo puedan tener. Objetos de tamaño y variedad diversos, colocados todos ellos,
con meticulosa pulcritud y cuidado sobre la repisa de una chimenea o mesitas
adyacentes del comedor o salas de estar. Y otras veces, para darle mayor
solemnidad, porque de libros de cierta valía eran considerados, expuestos
quedarían en vitrinas o estantes especiales bien cerrados, para que el polvo y
la suciedad no los cubriese. Testos, que a lo sumo, llegaría a ojear algún
curioso que tropezara con ellos. Objetos otros como: el de una caracola de mar,
que algún día pusieron sobre la oreja, de algún menor, a la vez que observaban,
la credulidad de su rostro, mientras el creía, estar escuchando el ruido del
oleaje. Se apreciará, en un lugar privilegiado la foto de bodas, donde ambos
contrayentes, muestran sus mejores galas. Hogares, numerosos, donde, la señora
de la casa, guarda fielmente todos sus recuerdos, conjuntamente con el luto de
su marido, o el de otro familiar querido. Contemplaremos a su dueña, nada más
empezar la jornada, plumero en mano, sacudiendo el polvo de tan versificado
escaparate de objetos, que con el tiempo, se habrán multiplicado y convertido en
una prolongación de mobiliario. Inútil y molesto, por supuesto, pero que debido
a ese valor sentimental que encierran en sí, son considerados como únicos
testigos de felices tiempos pasados. Y que nadie los reemplace o cambien de
lugar, sin permiso expreso de la dueña, que con el tiempo, estos recuerdos,
queramos o no reconocerlo, han conseguido ganarse el beneplácito de permanecer
en aquel recinto de la casa.
El gran plato o frutero de una firma conocida,
artísticamente adornado con pinturas alegóricas, bucólicas o campestres. O bien
los objeto que adornan un despacho o escritorio, compuesto por dos tinteros de
plomo, antiguos y el secante correspondiente de almohadilla o sustituyendo a
este, unos polvos de tiza, conservados en una cajita especial.
Una vez fallecida la persona propietaria, los
nuevos inquilinos, tratarán deshacerse de ellos, al no considerarlos de
aplicación útil, ni tener ya valor sentimental alguno entre ellos y como tales
objetos, no prácticos, (ya inservibles), no será raro, que otro día cualquiera,
el nuevo inquilino, diese al traste con todos ellos, introduciéndolos en cajas
de cartón y llevados a alguna boardilla o sótano, hasta que una nueva generación
de adolescentes, un día trasteando, los encuentren y se pongan a jugar con
ellos. Pero su final, como todo lo existente en esta vida, caducará y se
destruirá.
Los más románticos, cuando abrimos un texto
antiguo y encontramos entre sus paginas una flor disecada, estampa o nota
escrita, nos complacerá examinarla y hasta intentaremos con nuestra yema del
dedo, tocarla suavemente, procurando no llegarla a deteriorar, porque la
persona que en su día la puso allí, seguro que con el pensamiento quiso
transmitir un mensaje a su ser amado. No lo descifraremos, más la dejaremos en
el mismo lugar. Triste es decirlo, pero tanto, donante como receptor hayan
dejado de existir, quedado habrá todo desvanecido en el silencio.
Deseamos que los recuerdos perduran eternamente,
y no es así, solo son eso, el eco de unas vivencias que terminan perdiéndose en
la lontananza de los tiempos, cuando sus poseedores, pierden el contacto con
este mundo.
Caserones antiguos, ayer rebosantes de grandes
juegos de plata y cuberterías, si hoy se conservan, permanecerán ennegrecidos y
oxidados, porque aquellas manos de sirvientes que les daban brillo, han dejado
de hacerlo. Un diferente destino le espera a toda este menaje que también llenó
de complacientes recuerdos y dieron boato a sus dueños, hoy, algún
coleccionista, o tratante en objetos antiguos, los almacene en algún apretado
recinto de una tienda, para su reventa.
Y es que no solo la parka, barre la vida de los
seres, sino que además arrastra tras de si, toda nostálgica remembranza que
entre ellos, hubiese surgido.
ARTÍCULOS ANTERIORES
|