Después de la agonía de Eluana se ha
abierto un debate profundo sobre la necesidad de defender la muerte digna, sobre
la idoneidad de dejar en manos de otros algo, tan consustancial e intimo, como
es tu propia muerte.
Para proteger nuestros últimos
deseos se estableció el testamento vital que te permite que sea el propio
interesado el que establezca los trámites para su propio fallecimiento, en caso
de imposibilidad o de padecer una enfermedad terminal, negándose a que se le
traten con medios perpetuadores de vida artificial, como en el caso de Eluana,
la alimentación o también los respiradores.
Ese mismo protocolo que se establece
notarialmente en la mayoría de los casos y que por ejemplo en Andalucía se
efectúa por una simple llamada y dando fe de tu decisión en tu propia casa, te
permite establecer que en caso de estado vegetativo, de imposibilidad para dejar
claro cual es tu voluntad, ésta, quede establecida en lo que respecta a los
cuidados paliativos, es decir, al suministro de calmantes para evitar el dolor,
aunque lleven consigo inexorablemente la cercanía de la muerte.
No creo que Ramón Sampedro condenado
a suicidarse con cianuro tras batallar sin éxito por los tribunales, ni Chantal,
la francesa que padecía un cruel cáncer que le deformó y causó enormes dolores
no quisiesen vivir, porque no eran jóvenes suicidas que abrumados se tiran por
un barranco, lo que no querían era soportar la lacra en que se había convertido
su vida y tenían todo el derecho para hacerlo así.
Estamos en un país en que se aceptan
las creencias de la mayoría, en el que se destinan fondos públicos y privados a
llevar a cabo esas creencias a la calle y a la visibilidad, a presumir de ellas
y echárselas en cara a todos aquellos que nos las comparten, pero que se acepta
muy poco las creencias de los demás, en el que importa muy poco los ritos o las
libertades de unos pocos, a los que se les condena a la marginalidad y el
ocultismo.
La gente tiene miedo, miedo de
expresar lo que siente, miedo de que le marginen en su trabajo o sus amistades,
miedo a decir que es diferente por lo que cree y lo que piensa y miedo a llegar
a un hospital y que le condenen a perpetuar una vida, que ya no es mas que
dolorosa llaga.
Hay comunidades en las cuales el
testamento vital no es sencillo, sino que lleva tramites que parecen
inacabables, porque supone tiempo y dinero, siendo las dos cosas importantes,
cuando no decisivas, para una persona que ya se encuentra en el trance de morir.
Porque no nos engañemos, el que pide
morir con dignidad lo pide, primero porque es libre de pedirlo y puede, y
después, porque le es imposible continuar con su vida.
El drama es cuando, como Ramón
Sanpedro o Inmaculada Echeverría, solo queda una mente brillante atada a un
cuerpo que ya no quiere funcionar, y la mente se rebela, pero el cuerpo resiste,
alimentado artificialmente, respirando por medio de maquinas creadas para salvar
vidas que no quieren ser salvadas, como la de Eluana, que tras ver padecer a un
amigo muy querido, que sufrió un accidente tan grave como el de ella misma,
decidió no pasar por esa agonía jamás y así lo dejó dicho a familia y amigos,
pero la barbarie, la testarudez y la obcecación de algunos, que se creen mas
sabios que el mejor de los profetas, la hicieron ser burla de todo lo que había
deseado, y morir de inanición cuando la maquina de alimentación artificial fue
desconectada.
Es calvario de familia, cruel
afrenta a la voluntad libre y poderosa del enfermo que no quiere sufrir, ni
perpetuar su agonía, es retener lo que se ha ido, por el mero hecho del poder
hacerlo, del estar por encima de las personas y asemejarse a los dioses, cuando
lo mas importante es el ser humano, su vida plena y deseada.
DIARIO Bahía de Cádiz
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