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 EL SECRETO DE COPÉRNICO

A vueltas con lo mismo

 ANA ISABEL ESPINOSA

 (Abogada, escritora y columnista  - http://anaisabelespinosa.blogspot.com -)   opinionanaespinosa@hotmail.com

 

ANA ISABEL ESPINOSA

Mi hijo mayor está estudiando en el instituto ‘Educación para la Ciudadanía’, justamente la asignatura a la que tanto revuelo se le dio y se le sigue dando por algunos. Quería saber cómo le iba, qué temas trataban, pero lo primero que le pregunté, sabiendo que hablaban de igualdad, de los malos tratos o de la violencia de género, era que si la daba una profesora, a lo que me respondió extrañado que no, como pensando- muy acertadamente- que por qué tenia que darla una mujer en vez de un hombre.

 

Después le pregunte que estaban dando ahora mismo y me dijo que estaban hablando de Juan y María, de que María dejó la vida profesional con la que soñaba, para que Juan pudiese cumplir sus sueños y que, cuando los hijos y las obligaciones de una casa y una carrera marital, ya no la tuvieron tan oprimida empezó lo que nunca debió haber dejado de lado, su vida profesional y sus sueños, llegando a crear un pequeño negocio que le daba muchas satisfacciones… Aunque había días en que María pensaba qué habría podido ser de su vida, si no lo deja todo por Juan.

 

Saben a mi esta historia no me suena a cuento chino, ni a culebrón de las cuatro de la tarde, sino que me suena a Milagri que trabaja desde que se casó en su casa para Pepe y las niñas y en la calle para una profesora de instituto, que ahora -feliz ella- por fin la va a asegurar… Me suena a que cuando las cosas marchaban bien y la construcción iba viento en popa, Pepe se sentía como un Superman y ahora que pasa las horas viendo la tele, cobrando el paro que se acaba y diciéndole a Milagri que se busque mas casas para echar horas, aun no cocina, ni lava los platos, ni saca la basura, ni echa un cabo de amarrar botes, aunque sus hijas le digan que es un machista y que tiene a su madre explotada.

 

A mi es que la clase de mi hijo me recuerda a Carmen, y a Lorenzo, que dejó el mal oficio del mar y se metió en el reciclaje de basuras, donde se gana menos y se trabaja más, pero se llega a casa a comer caliente todos los días y no se pena en una litera caliente sin atisbar costa en varios meses. Ahora es Carmen la que se curra las horas trabajando, a doble jornada, para igualar lo que antes ganaba él y cuando llega a las ocho o a las nueve a su casa, se pone y friega y lava y hace comida para el día siguiente, esperando que llegue el sábado y el domingo, para poder hacer limpieza a fondo y llenar la despensa.

 

Y es que las mujeres somos el sexo más fuerte, pero más tonto del mundo que nos dejamos manipular, pero a base de bien, y ya es hora de que esto se acabe y que se le ponga freno, para que las mujeres dejemos de ser segundo plato en la mesa del trabajo bien remunerado, del prestigio social, de la catalogación profesional y de los mejores salarios.

 

Bueno es que en los institutos a sus hijos y a los míos les abran los ojos de que nadie puede menospreciar, maltratar o dejar a un lado, ni física, ni afectivamente, pero tampoco profesionalmente, a las mujeres, porque no somos nosotras alguien que pone la mesa y cuida de los niños, no somos novias, esposas y después abuelas, sino que somos cocineras no remuneradas, costureras ocasionales, choferes, niñeras, enfermeras, consejeras, psicologas, maestras, dialogadoras, escuchadoras, sanadoras… todo ello sin títulos, ni ventajas, sin salir a trabajar fuera de casa y sin palmaditas en las espalda, ni satisfacciones por el trabajo bien hecho, porque no nos olvidemos, que lo que no se paga, ni se valora, no parece bien hecho y en la mayoría de los casos, por desgracia, no está ni agradecido, porque parece hasta debido.

 

Las mujeres somos las bisagras de una puerta de entrada al mundo, al cielo o al infierno, porque parimos al mismo mundo y le damos de comer, lo acunamos entre nuestros pechos y le cerramos los ojos al irse a dormir, justo es en justicia que se nos reconozca, aunque sea en un libro de una asignatura que algunos no quieren que den sus hijos. DIARIO Bahía de Cádiz


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