Mi hijo mayor está estudiando en el
instituto ‘Educación para la Ciudadanía’, justamente la asignatura a la que
tanto revuelo se le dio y se le sigue dando por algunos. Quería saber cómo le
iba, qué temas trataban, pero lo primero que le pregunté, sabiendo que hablaban
de igualdad, de los malos tratos o de la violencia de género, era que si la daba
una profesora, a lo que me respondió extrañado que no, como pensando- muy
acertadamente- que por qué tenia que darla una mujer en vez de un hombre.
Después le pregunte que estaban
dando ahora mismo y me dijo que estaban hablando de Juan y María, de que María
dejó la vida profesional con la que soñaba, para que Juan pudiese cumplir sus
sueños y que, cuando los hijos y las obligaciones de una casa y una carrera
marital, ya no la tuvieron tan oprimida empezó lo que nunca debió haber dejado
de lado, su vida profesional y sus sueños, llegando a crear un pequeño negocio
que le daba muchas satisfacciones… Aunque había días en que María pensaba qué
habría podido ser de su vida, si no lo deja todo por Juan.
Saben a mi esta historia no me suena
a cuento chino, ni a culebrón de las cuatro de la tarde, sino que me suena a
Milagri que trabaja desde que se casó en su casa para Pepe y las niñas y en la
calle para una profesora de instituto, que ahora -feliz ella- por fin la va a
asegurar… Me suena a que cuando las cosas marchaban bien y la construcción iba
viento en popa, Pepe se sentía como un Superman y ahora que pasa las horas
viendo la tele, cobrando el paro que se acaba y diciéndole a Milagri que se
busque mas casas para echar horas, aun no cocina, ni lava los platos, ni saca la
basura, ni echa un cabo de amarrar botes, aunque sus hijas le digan que es un
machista y que tiene a su madre explotada.
A mi es que la clase de mi hijo me
recuerda a Carmen, y a Lorenzo, que dejó el mal oficio del mar y se metió en el
reciclaje de basuras, donde se gana menos y se trabaja más, pero se llega a casa
a comer caliente todos los días y no se pena en una litera caliente sin atisbar
costa en varios meses. Ahora es Carmen la que se curra las horas trabajando, a
doble jornada, para igualar lo que antes ganaba él y cuando llega a las ocho o a
las nueve a su casa, se pone y friega y lava y hace comida para el día
siguiente, esperando que llegue el sábado y el domingo, para poder hacer
limpieza a fondo y llenar la despensa.
Y es que las mujeres somos el sexo
más fuerte, pero más tonto del mundo que nos dejamos manipular, pero a base de
bien, y ya es hora de que esto se acabe y que se le ponga freno, para que las
mujeres dejemos de ser segundo plato en la mesa del trabajo bien remunerado, del
prestigio social, de la catalogación profesional y de los mejores salarios.
Bueno es que en los institutos a sus
hijos y a los míos les abran los ojos de que nadie puede menospreciar, maltratar
o dejar a un lado, ni física, ni afectivamente, pero tampoco profesionalmente, a
las mujeres, porque no somos nosotras alguien que pone la mesa y cuida de los
niños, no somos novias, esposas y después abuelas, sino que somos cocineras no
remuneradas, costureras ocasionales, choferes, niñeras, enfermeras, consejeras,
psicologas, maestras, dialogadoras, escuchadoras, sanadoras… todo ello sin
títulos, ni ventajas, sin salir a trabajar fuera de casa y sin palmaditas en las
espalda, ni satisfacciones por el trabajo bien hecho, porque no nos olvidemos,
que lo que no se paga, ni se valora, no parece bien hecho y en la mayoría de los
casos, por desgracia, no está ni agradecido, porque parece hasta debido.
Las mujeres somos las bisagras de
una puerta de entrada al mundo, al cielo o al infierno, porque parimos al mismo
mundo y le damos de comer, lo acunamos entre nuestros pechos y le cerramos los
ojos al irse a dormir, justo es en justicia que se nos reconozca, aunque sea en
un libro de una asignatura que algunos no quieren que den sus hijos.
DIARIO Bahía de Cádiz
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