Eluana Englaro, la mujer italiana
que lleva 16 años en coma vegetativo, sufrió la madrugada del domingo una grave
hemorragia interna, que remitió de forma espontánea en las horas siguientes. No
se intervendrá para salvarla, ni se le harán transfusiones.
Ayer, de nuevo, estaba estable.
Según el parte médico, los próximos tres días serán claves para conocer su
destino.
El caso Englaro es una larga
batalla jurídica que se prolonga desde hace 12 años y debe terminar el 11 de
noviembre, fecha prevista por el Tribunal de Casación para decidir sobre el
recurso de la fiscalía contra la sentencia del Tribunal de Apelación de 9 de
julio pasado, que autorizó a desconectar la sonda, que alimenta e hidrata a la
mujer.
Ahora, si Eluana muere antes del 11
de noviembre, Casación podría pronunciarse sobre el recurso de la fiscalía
general o no hacerlo. En el caso de que siga agarrada a la vida, "como se acaba
la instancia judicial, la sentencia deberá ser ejecutada".
Los jueces tienen en su mano la vida
vegetativa de una mujer, el dolor de sus padres, uno de ellos gravemente enfermo
de cáncer, que verá con desesperación como dejará abandonada a su hija a su
condenación corporal, al sufrimiento de permanecer en una cáscara vacía, que
solo espera la muerte, para regresar a la tierra que le dio la luz.
Mientras eso sucede y se resuelve
todo, los demás, la sociedad italiana, ansiosa de novedades legislativas, y la
iglesia, reticente a ellas, están expectantes, ante la resolución de este
polémico caso italiano.
Pero, en realidad ¿no es una
hipocresía que el ciudadano, que es de lo realmente se trata, deje que sean
otros -nunca por encima de él mismo, que es quien vota, quien paga los impuestos
y quien debería decidirlo todo- los artífices de decidir entre la vida
vegetativa o la muerte reparadora?
No, no debería nadie poder decidir
sobre nuestro futuro, más que nosotros mismos, ni los médicos “salvavidas”, ni
los jueces, ni los tribunales, ni siquiera nuestros familiares.
Eluana quería que no prolongasen su
vida artificialmente, quería, como dicen algunos antiguos, con voz ronca, morir
en paz y no ser reanimada, una y otra vez, obligada a permanecer, donde su alma
ya no acompaña a su cuerpo.
Y es que a muchos, que no soportan
el dolor, ni la espera, que creen que la muerte no es mas que el devenir de
dicha, se oponen a ella, a que alguien decida cuando puede y debe dar el paso,
no ya el consciente y decidido, sino el paso, sin más.
Y es que lo que aquí se debate, no
es la muerte vegetativa, ni la no asistencia, al que hace mucho dejo de estar
con nosotros, no la compasión que se debe a todo enfermo terminal, ni la
empatía, el estar allí con ellos, en su dolor, en sus fatigas y en su llanto,
sino el poder de decidir mas allá de la vida y la muerte, el poder de ponerse
por encima de los ciudadanos y de sus voluntades soberanas, de el derecho a no
prolongar agonías, ni necedades, que no se quieren prolongar.
La única diferencia de este caso con
el de Ramón Sanpedro o el de es Chantal Sébire, es que ellos tuvieron mas
suerte, entre comillas, porque tenían sus manos y su cerebro despierto, su
disponibilidad y la fuerza y los medios para hacerlo, para liberarse de la
condena que no querían, que era vivir de cualquier forma, por el hecho de vivir,
pero la voluntad no es todo, también lo es el respeto de nuestros conciudadanos,
el sabernos apreciados y no excluidos socialmente, por lo que deseamos hacer o
lo que haremos en el futuro. DIARIO Bahía de Cádiz
Tanto Chantal como Ramón, se
escondieron de los suyos, se excluyeron y marcharon, para no dañar a los que más
querían, para no “mancharlos”, con su decisión de morir, con su pertinencia, en
dejar de respirar un aire, que se les había viciado por una trágica enfermedad.
Ahora es Eluana la que espera, como siempre quiso, en plena conciencia, para
morir en paz.
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